Hacía tiempo que no lloraba tanto con una serie como anoche con el capítulo de Las viejas heridas de Cuéntame. Y es que Herminia no sólo viajó a su pasado para contarle a su nieto Carlos Alcántara por qué le dolía tanto recordar la Guerra Civil, sino que nos hizo a todos bucear en las historias de nuestras propias familias.
Una de las claves del éxito de la serie de La 1 es que la familia Alcántara es parte de nuestra familia. Nos sentimos identificados con ella. Nos duele lo que les sucede. Y ayer, en un sobresaliente ejercicio de guión, unieron pasado y presente, abuelos y nietos, las dos España. Por eso me resultó imposible no verme reflejado en ese Carlos Alcántara ansioso porque su abuela le contara historias de su pasado a pesar del dolor que producían.
Historias que, como bien contaba Antonio Alcántara, te recordaban que “en las guerras normales la gente se mata sin conocerse”, pero que en aquella “guerra nuestra nos matamos entre nosotros”.
“Las familias se dividieron y sacaron todo el odio que llevaban dentro, las envidias, los desaires, las riñas por las herencias.... Todo. En los pueblos no fue la política, fue la mierda y salió toda la mierda”.
Mierda como pedir matar al vecino simplemente por la envidia de que tenía un mejor galgo para cazar, mierda como que monjas y curas se negaran a dar clase a aquellos niños que eran hijos de republicanos, o mierdas como pedir a una niña quitarse un vestido de rosas rojas por lo que aquello significaba.
Mierda como que un falangista se la tuviera jurada a un profesor porque les estaba enseñando a los niños del pueblo que el hombre viene del mono y no de Adán y Eva o porque leyera libros de Antonio Machado o Federico García Lorca.
Mierda como que Antonio Alcántara tuviera que esperar cuarenta años para enterrar a su padre, mientras que al hermano de su socio en la bodega no sólo pudieron enterrarle sino que le dedicaban una calle como un caído por Dios y por España.
Son historias que duelen. Sin embargo, como bien decía el propio Carlos al final del capítulo, “recuperar la memoria es algo tremendamente doloroso, pero es necesario. Negarse a ello es condenarse a estar permanentemente perseguido por el pasado”.
Sobre todo porque España está condenada a entenderse, a convivir como lo hacían al final del episodio una calle dedicada a Miguel Alcántara y otra a un falangista. Y hasta que no consigamos ponernos de acuerdo, será difícil cerrar esas viejas heridas.