Chiquito nació en mi barrio, y de hecho me bautizaron en una iglesia ubicada en la Calzada de la Trinidad de la que Gregorio Sánchez tomó su nombre artístico. Quizá por esa cercanía siempre me fascinó este paisano malagueño que trabajó como el que más, y que tras años ejerciendo como cantaor de flamenco se reinventó como humorista.
Cuando dio el pelotazo con Genio y Figura, recuerdo que mi madre me contó que no mucho tiempo atrás había actuado en la boda de la hija de unos amigos, y que a la gente le costaba comprender su peculiar forma de contar chistes. Porque los chistes de Chiquito no eran gran cosa si luego lo contabas tú a alguien, su arte residía en la forma en lo que hacía; cantando coplillas en mitad de la narración, con gente insultándose con palabras como fistro y pecador y niños que llaman a su progenitora "mamar".
Una vez estaba esperando el autobús que me llevaba al colegio y vi a Chiquito, en pleno boom, paseando por la acera de enfrente con su mujer, Pepita. En dos minutos, todo el mundo empezó a gritarle por la calle lo grande que era, a cruzar la carretera esquivando a los coches para ver de cerca al maestro. Para mí fue un éxtasis; a mis diez u once años era la primera vez que veía a una estrella de la televisión de cerca. El autobús llegó, y no pude acercarme a él; tocaba ir a clase.
Otro día, por el barrio, pasé con mi madre por la tienda de colchones de una vecina, y allí estaba Pepita, su mujer, saludando. Mi madre, que es una andaluza de manual, muy Carmina Barrios, le dijo lo fan que yo era de Chiquito, y la señora me regaló una postal firmada por él que llevaba en el bolso para esos menesteres. Una joya que me llevé al colegio para presumir, y tonto de mí no velé por mi tesoro. Algún desalmado me la robó de la mochila del colegio. "Con simpatía de Chiquito de la Calzada. Cobarde. Pecador. El Fistro", decía la foto.
Y como niño criado a mediados de los noventa, también compré algún que otro paquete de Fistros de Matutano, las patatas fritas que salieron con su imagen. Recuerdo que no me gustaban, aunque no sabría decir el sabor, pero cada cinco duros invertidos en los paquetes me servían para tener uno de los tazos de la colección (los Chiquitazos), en los que Chiquito aparecía caricaturizado con alguna de sus frases como “¿te da cuen?”, “cobarde” o “mamar”. Había uno que ponía “mereterita” y yo pensaba que era un palabro más del malagueño, igual que “jarl” o “fistro”; tuve que crecer un poco más para saber que el de la Calzada hablaba de la benemérita, de la guardia civil. Es más, como en el tazo no había ninguna tilde yo aquello lo pronunciaba tal cual, mereterita, con el golpe de voz en la i, sin saber muy bien lo que estaba diciendo.
Nunca tuve ocasión de entrevistar en vida a Chiquito, aunque tuve que trabajar sobre su figura. Durante un tiempo ejercí de periodista en el equipo de un pintoresco candidato a la alcaldía de Málaga por un partido ya extinto. Un político que le encantaba rodearse de famosos durante las campañas (en su día repartió huevos con Karina en un mercado de abastos, por ejemplo), e intentó un acercamiento a Chiquito. Me endosó la labor de intentar que diesen la Medalla del Mérito al Trabajo al cómico, y para ello tuve que empaparme sobre su figura.
Fue así como descubrí su amarga historia, la de un niño criado en una familia muy humilde que se lanzó al flamenco para poder comer, y que tuvo que recorrer el mundo no buscando la fama, sino poder pagar facturas. En esta época descubrí el capítulo en el que participó en Vacaciones en el mar, por ejemplo, en el que Chiquito sale cantando de fondo.
Al final, mi jefe decidió retirarse de la carrera política, y aquel proyecto de la medalla quedó en nada. Y me fastidió no poder seguir trabajando en aquella iniciativa en la que estuve involucrado varias semanas, porque realmente Chiquito se la merecía. Porque era un currante que nos alegró la vida, y con el que hasta nos comimos las uvas. Un veterano del mundo del espectáculo que debutó en el cine con Aquí llega el Condemor (el pecador de la pradera) y la convirtió en la película española más taquillera del momento, y que fue la cuarta producción nacional más vista en cines. Casi medio millón de espectadores pasó por la taquilla para ver a Chiquito en pantalla grande.
El público, sabio, nunca olvidó a Chiquito pese a que s presencia televisiva se redujese. Su voz se instaló en aplicaciones de móviles, se hicieron numerosos gifs, y hasta se instauró extraoficialmente en Twitter el Chiquitoday por su cumpleaños.
De todas las últimas fotos que vi de él, me quedo con una que un amigo subió a Facebook. Iba por la calle con su hijo, de un año, y se topó con Chiquito, y le pidió, por favor, si podía coger al niño un momento en brazos para hacerle una instantánea, algo a lo que el maestro accedió. Y es que igual que hay quien lleva a su hijo al Rocío para que la Virgen lo bendiga, en Málaga teníamos nuestro propio Dios al que presentar a los niños para que les diese la bendición. Pero ese dios del humor nos ha abandonado a los 85 años, aunque siempre se le recordará, por la gloria de su madre.