No le ha quedado muy claro a la Academia de Televisión que estamos en 2016 y que la televisión necesita jugar con el espectador. Al fin y al cabo, se dedica a hacer, premiar y cuestionar lo que es hacer buena televisión. Tras no llegar a un acuerdo, ha sido ella la encargada de organizar el primer debate con los líderes de los principales partidos políticos. Un debate llamado a convencer a los indecisos. Un debate aburrido.
La Academia tenía a su principal enemigo en casa: Atresmedia. Aunque se nota el toque de las televisiones privadas en la organización del debate, todavía tenemos en mente el debate con cuatro fuerzas políticas organizado por el grupo de San Sebastián de los Reyes el pasado mes de diciembre. Un debate que apostó por la modernidad y por producir un programa de televisión ameno y entretenido.
Este debate se parece mucho más al cara a cara que vimos entre Rajoy y Sánchez el pasado mes de diciembre pero con cuatro picos en la mesa. La Academia aprende de alguno de sus errores, se quita el corsé pero se pone un cabestrillo que no le permite al programa tener ritmo y dinamismo.
Pasadas las 22:00 horas arrancaba el esperado encuentro. Era la primera vez que Rajoy se veía las caras con Iglesias y Rivera en un plató de televisión. Pasado el primer toque, toda diversión desaparecía de golpe. Pasadas las horas, vivaz era aquel al que no se le cerraban los ojos con los eternos discursos de los candidatos.
Pocas conversaciones hubo entre los protagonistas. La organización del debate permitía a cada candidato soltar su discurso. Entrar, salir e irse sin arañarse la cara. Y más de uno pensaba que este cara a cara terminaría en el barro. Rajoy, Sánchez, Rivera e Iglesias se comportaron como buenos niños de papá sin apenas pisotones.
Ana Blanco, Vicente Vallés y Pedro Piqueras eran los moderadores del debate y apenas tuvieron que intervenir en el mismo más que para recordar el orden de palabra o cambiar de tema. Cómodos y de brazos cruzados, los tres periodistas dejaron a los oradores una libertad que no daba ritmo. Vallés fue el único que puso freno al discurso de Rajoy repreguntando hasta conseguir una respuesta aceptable. Blanco, mientras tanto, ejerció de teniente ante las peticiones de los candidatos.
Respecto a la escenografía del plató, el Palacio de Congresos de Madrid se enquistaba en su propia rectitud. Un escenario frío y tosco que poco permitía más allá de una pantalla partida en dos. El horroroso sonido ambiente, que permitió que se escuchara un estruendo de fondo, resultaba incluso molesto para los oídos de los espectadores.
Al final, más de dos horas de un programa de televisión que poco hizo de televisión y mucho se parecía a la señal institucional del Congreso de los Diputados. Un debate que queda ridiculizado ante los eventos de menor calado como el debate de mujeres de Antena 3 o el debate económico de El objetivo. Un debate que suspende en forma y contenido.