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En el cine siempre pasa lo mismo. Cuando una cosa funciona, la industria se dedica a explotarla hasta qua estalle la burbuja. Los llamados live-action de Disney -remakes de acción real de sus clásicos-, son el ejemplo perfecto. Las versiones con actores de carne y hueso de las míticas películas del estudio llevan años arrasando en la taquilla. Lo hacen con la ley del mínimo esfuerzo, y sabiendo que las familias van a ir en masa a ver esta nueva versión de títulos con los que los mayores crecieron y que ahora van a disfrutar sus hijos.

Los directores siempre han tenido dos formas de acercarse a ellos. Inventando una historia paralela de alguno de sus personajes, con lo que supondría una ampliación del universo; como hicieron con la fallida Maléfica. O fotocopiando plano a plano obras maestras como El Rey León en un ejercicio mimético que cambiaba el espíritu de una joya animada por el prodigio técnico. Por el camino se dejaba todo lo que hacía al clásico único.

Los live-action de Disney han sido, por norma general, fallidos y fórmulas matemáticas para llenar sus arcas. El rey león y La bella y la bestia fueron taquillazos mundiales, pero eran dos películas terribles. Sólo El libro de la selva ofreció alguna alegría. Hasta Tim Burton se estrelló en dos ocasiones con sus versiones de Alicia en el país de las maravillas y Dumbo.

'Cruella'. Disney+

Quizás por eso cada proyecto de acción real de una película de Disney se mire con escepticismo. Y quizás por el mismo motivo supone una alegría encontrarse una película como Cruella, que intenta construir su propio imaginario sin copiar el clásico del que nace -en este caso 101 dámatas-. La película dirigida por Craig Gillespie y protagonizada por Emma Stone es el mejor live-action que ha parido Disney. Es cierto que lo tenía fácil, pero eso no quita para que por fin se vea algo de imaginación, riesgo y buen gusto en la película.

Cruella no es una nueva revisión de la clásica villana como ya se vio en el filme de Glenn Close, si no que se sumerge en sus orígenes. Sería una película sobre la creación de una mala malísima, pero lo hace sin caer en la moralina -aunque tenga su dosis como buena película de Disney. Se nota que el guion lo ha escrito Tony McNamara, el escritor de La favorita. Hay ecos de aquella película, eso sí, pasada por el filtro de un filme para toda la familia.

Está la rivalidad entre dos mujeres, Cruella y la Baronesa, por ser las mejores. Dos genias en un mundo de hombres que siempre las ha infravalorado. Y ellas son malas, y no se las justifica. Lo bueno es que McNamara hace que disfrutemos con estas mujeres maquiavélicas. Es, de lejos, la película más oscura que ha hecho Disney en mucho tiempo, y tiene un sentido del humor que mezcla lo naif de los dibujos animados con un toque perverso que hará las delicias de los más mayores. Además, introduce los elementos del filme clásico con gracia y sin forzar, dejando la puerta abierta a una secuela que entronque directamente con 101 dálmatas.

'Cruella'. Disney+

El gran hallazgo de la película es situarla en el Londres de los años 70 y en el mundo de la moda. McNamara lo usa como motor de la acción y convierte a Cruella en una antiheroína punk frente a la aristocracia británica. Todo aderezado con una banda sonora llena de clásicos de la música de Reino Unido, con el I wanna be your dog de Iggy Pop como leit motiv y los acordes de Nicholas Britell mezclando todo. A eso sumen un diseño de vestuario de quitar el hipo que juega con la estética punkie convirtiendo a la Cruella de Vil en un icono para las nuevas generaciones.

Las niñas ya no querrán ser la princesa querrán ser la villana, y eso también es mérito del carisma de Emma Stone, motor de este proyecto y a la que se ve disfrutar de cada fotograma. Aunque si alguien se lo pasa bien esa es Emma Thompson como La Baronesa. Paladea cada frase, cada dardo. Juega, se ríe de sí misma y del clasismo británico. El duelo de las dos está a la altura, y es cuando su enfrentamiento eclosiona cuando la película funciona y se convierte en un divertimento de primera.

Ojalá le hubieran cortado algo de metraje, alguna explicación sobre el origen de Cruella -la parte más moñas de la película- y algún giro innecesario, porque les habría quedado un filme mucho más ágil y divertido. Sin las caídas de ritmo que ahora sí que le pesan. A pesar de ello, la película de Gillespie es la muestra de que hay posibilidades de hacer algo ‘mínimamente’ distinto y salirse de la fórmula dentro del canon de Disney.

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