Casi todo el mundo ha vivido una escena similar. Esa en la que en un museo de arte contemporáneo se planta delante de un cuadro que no entiende y que no le produce ningún sentimiento justo en el momento en el que alguien llega, se coloca a su lado y suelta una frase lapidaria tipo ‘es una obra maestra’. Los mecanismos de defensa se activan, y uno empieza a pensar por qué el cree que eso es pura pedantería. Puestos a tirar de tópicazos, seguramente esa frase la haya dicho un chico joven con gafas de pasta, zapatillas de un blanco reluciente y camisa estampada abotonada hasta arriba.
El mundo del arte está lleno de estafadores, de gente que se cree tocada por la gracia de las musas y sólo vende humo, eso sí, por millones de dólares. ¿Quién querría tener un perro-globo de Jeff Koons en su salón? Sólo alguien que quiera decirle a todo el mundo que tiene miles de millones de dólares.
De todo eso se ríe Velvet Buzzsaw, la nueva película original de Netflix en la que crea un filme de terror muy loco ambientado en el mundo del arte contemporáneo de Los Ángeles, una ciudad perfecta para esta historia de farsantes, críticos pedantes, frases vacías, obras pretenciosas, marchantes sin escrúpulos y obras vendidas por millones cuando no valen ni tres dólares. Un sitio donde dos museos dedicados al mismo tipo de arte se enfrentan a los lados opuestos de la misma calle y donde cualquier artista que quiera triunfar en el mundo tiene que ir si quiere ‘ser alguien’.
Aunque todos esos mimbres parecen perfectos para una comedia loca, el director Dan Gilroy, que triunfó denunciando el amarillismo de los medios en Nightcrawler, apuesta por el terror con un toque trash. Velvet Buzzsaw es un filme en el que un pintor maldito ataca a través de su obra póstuma a la peor calaña del mundo del arte contemporáneo.
La mítica trama de casa embrujada o de espíritus cabreados, sólo que aquí uno disfruta viendo sufrir a gentuza vacía y sin escrúpulos que sólo viven de su imagen y hasta de especular con el trabajo de los demás. Un terror que bebe de decenas de referentes, y con el que Netflix se ha llevado a otro de los directores prometedores del momento a su cartera de talentos.
Instalaciones delirantes, obras que nadie entiende y, sobre todo, unas cuantas muertes originales y algo gore, todas con el arte como denominador común. Mención aparte para la más sangrienta y que tiene que ver con una esfera que parece diseñada por Anish Kapoor y que acabará escupiendo sangre dando lugar a una creación mucho más interesante y macabra.
Al frente del reparto un Jake Gyllenhaal disfrutando como un niño, rendido al exceso y consciente de la locura de la propuesta. Él da vida al típico crítico de arte tan moderno que asusta. Sus opiniones marcan la agenda, y que él diga que algo es malo puede hundir una exposición. Es bisexual, afilado, capaz de hundir a cualquiera y de dejar a su novio para acostarse con la joven promesa de las galerías más prestigiosas. Todo por mantener su posición de poder y prestigio en esa industria tan vacía como su vida.
Es su segunda colaboración con Gilroy, igual que lo es de Rene Russo, recuperada por el director y que aquí da vida a una mujer fría, sin ataduras sentimentales y con una misión: hacer dinero a costa de decirle a la gente lo que es arte y lo que no. Para ello especulará y hasta espiará.
Uno de los aciertos de Gilroy es que todos los personajes sean tan desagradables que uno desee constantemente su muerte, así sólo queda esperar a que ocurra de la forma más macabra y original posible. Así, disfrutar del arte contemporáneo que uno no entiende es más fácil.