Peio H. Riaño
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El mayor logro de la política en su empeño por titular todos los periódicos con los restos de Cervantes fue enfrentar dos mundos hermanados: el de las letras y el de las ciencias. La consecuencia del empeño de Ana Botella, ex alcaldesa de Madrid, por pasar a la historia anunciando un pequeño paso para la humanidad pero decisivo para el turismo, fue la revuelta de escritores y académicos de la lengua reclamando más atención a la obra del padre de Alonso Quijano y menos a las hipótesis de los científicos empujados por el ocaso de una legislatura rocambolesca.

Medio año después, los titulares ya no hablan de Botella, pero el equipo del antropólogo forense Francisco Etxebarría sigue trabajando -por cuenta propia- en el Convento de las Trinitarias, porque no han obtenido el permiso del Arzobispado para llevarse los restos óseos a sus laboratorios y clasificarlos. Lo siguen haciendo como empeño personal, sobre el terreno que durante meses miraron con lupa: 36 nichos, casi 300 cuerpos y -en la última esquina en el último momento- el amasijo de huesos de 17 individuos que buscaban. La conclusión fue determinante y decepcionante para las expectativas políticas: “Es posible que los restos estén ahí. Pero no podemos hablar con certeza absoluta, porque no hay ADN”,explicó en su día Etxebarría.

Antonio Alonso espera en el banquillo para saltar al campo a jugar. Con más de 30 años de experiencia, se enfrenta cada día a casos sin tanto folclore, como la identificación de las víctimas del malogrado vuelo JK 5022 de Spanair hace siete años. Es uno de los tres genetistas del equipo científico sin fondos para continuar la investigación. El interés político es voluble y se resiste a concederle tiempo al rigor. “Ningún país europeo pondría trabas a la inversión económica para continuar el estudio. Si lo abandonamos ahora sería una temeridad científica”, explica a EL ESPAÑOL un día antes de ofrecer una conferencia en el Instituto Cervantes sobre la importancia del rescate del ADN del escritor.

Antonio Alonso

Entre las actividades presentadas por la Comisión Nacional para la conmemoración del IV Centenario de la muerte de Cervantes no aparece -de momento- ninguna que ayude a la ciencia a terminar su trabajo. “Debemos reunir a todas las instituciones interesadas, plantear un proyecto de actuación científico y determinar qué puede aportar cada una de ellas. Habría laboratorios científicos dispuestos a invertir su tecnología para llevarlo a cabo”, cuenta.

La ciencia está preparada, ¿lo están la sociedad y sus gestores? “El desarrollo técnico nos permite hacer cosas que hace tres años no podíamos. La secuenciación masiva ha sido una revolución”. El desarrollo técnico lleva la delantera a la política y al marco jurídico. Si Cervantes es Patrimonio de la Humanidad la ciencia está interesada en resolver las incógnitas que lo rodean, a pesar de los inconvenientes que rodean a la ciencia. Ahí entra el ADN, ahí la política.

Entiendo que es una inversión rentable para la sociedad, desde el punto de vista económico y cultural

Alonso es el mandamás del CSI a la española. El jefe de biología del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses, y secretario de la Comisión Nacional para el uso forense del ADN explica que hay que descubrir las referencias que los estudios históricos tienen documentados: el enterramiento del abuelo y la abuela del escritor, cuyos huesos descansan en Córdoba y en Arganda del Rey, respectivamente.

Ésa es la prioridad ahora, la referencia. Si lograran encontrar la tumba, excavar y extraer el ADN, muchas de las incógnitas de Cervantes quedarían resueltas, sin tener en cuenta la reducción de huesos de las Trinitarias. A pesar de que los restos están muy deteriorados, como asegura el experto, “eso no significa que no se pueda extraer el genoma de Cervantes”. Si lo descifrara quedaría resuelto el enigma de su genealogía: o pertenece a una familia judía conversa o nació entre León y Galicia. ¿Entonces no era catalán, no era “Cervant”? “Esa teoría es descabellada”, remata.

“La pura identificación es una necesidad de reparación histórica, importantísima cuando hay víctimas. En este caso no es así, pero entiendo que es una inversión rentable para la sociedad, desde el punto de vista económico y cultural. El turismo funerario no tiene ningún sentido, pero la ciencia nos puede aportar más cosas”, explica el científico, que trata de conciliar sus intereses con los de los folletos turísticos.

Antonio Alonso

Descubrir su origen familiar ayudaría a entender si la población judía tenía un genoma diferente. Hay determinados haplotipos de cromosoma que tienen mucha frecuencia en la población judía. “La población española actual es una mezcla de haplotipos musulmanes, judíos e íberos”. Los genes no entienden de creencias. Tampoco de política, a pesar de que dependan de ella para aplicar sus progresos.

En caso de llevar a cabo el estudio de ADN se podría determinar también las enfermedades y causa de la muerte del escritor. Podríamos saber si fue la diabetes, como deja por escrito en uno de sus viajes al referirse a una sed insaciable. Es uno de los síntomas de la enfermedad que la genética podría determinar. También averiguaría Alonso si hubiese muerto por la pandemia de malaria que afectó a la población española. O si fue tartamudo, como deja entrever en el prólogo de sus Novelas ejemplares, cuando hace referencia a su enfrentamiento dialéctico con Lope de Vega. Quizá sólo era una licencia literaria para destacar el ingenio del dramaturgo barroco.

Incluso se podría especular con el rostro de quien no se conserva más que un retrato y quizá ni siquiera sea él. “Podemos determinar el color de ojos, el color de pelo, los antecedentes… Existe un software que reconstruye el rostro del ADN estudiado. Probablemente sea anecdótico, pero los resultados son realmente sorprendentes”, cuenta. El testigo de la historia es el ADN, aunque nunca podrá desvelar la imaginación de los inventos políticos en campaña electoral.