Los miércoles en Antena 3 es noche de Mask Singer, y para promover que la gente lo vea, esta noche fue a divertirse a El Hormiguero, su presentador Arturo Valls. El valenciano, que es “invitado infinity” por la cantidad de veces que ha ido al programa, un total de 20, como Miguel Ángel Revilla, Santiago Segura y Mario Casas. Eso le daba el honor de sentarse en un sillón especial, con una taza dorada y una tarjeta que acredita este reconocimiento. A eso se sumó un reloj personalizado, con su nombre. “Esto el que sabe de relojes sabe lo que es”, afirmaba Pablo Motos, dando a entender que es algo especialmente costoso.
Sobre Mask Singer, Motos le preguntó si él tiene información privilegiada de quién se esconde detrás de las máscaras. Valls contó que la tiene “ahora que lo he grabado, en ese momento, hasta el último segundo ni sé ni quiero”. Y así, recordó por ejemplo cómo cuando se quitó la máscara Latoya Jackson él primero dijo el nombre de su hermana Janet. “I’m Latoya, imbécil”, bromeó que le reprochó la artista.
En Mask Singer 3 estamos viendo como investigadora a Ana Obregón, que grabó su participación antes de ser abuela. Arturo calificó su participación como algo “muy emotivo. Era su vuelta tras lo que le pasó a la televisión, y nos regaló momentos muy emocionantes”. De la actriz y presentadora destacó su “increíble la agenda social”, y avanza que ha adivinado algunas máscaras.
Sobre la mecánica del concurso, Arturo volvió a explicar el botón del delatador, que puede pulsar un investigador en cualquier momento cuando crea que sabe quién está bajo el disfraz. Algo que la semana pasada ya se estrenó y dejó “un castigo, una ducha mítica” que se comparó con “la ducha del Qué apostamos”.
Arturo sabe bien lo que es estar al otro lado de la máscara, pues participó como invitado en Mask Singer de Uruguay, país que emite tanto Ahora caigo como Me resbala.Aceptó esta participación porque le pilló cerca, y contó como anécdota que en el aeropuerto, para fomentar el secretismo, le esperaron con un cartel que ponía Eduardo Valles. Eso sí, cuando se subió en el taxi el conductor le reconoció como “el presentador español”.
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Más allá de su faceta televisiva, Arturo Valls habló del documental La selva de cristal, que ha grabado con la ONG Oxizonia, y con el que se promueve la reforestación en España y en el Amazonas. “Es un ejercicio de divulgación que se está pasando en colegios, para que los niños tomen conciencia del problema que estamos viviendo con el ecologismo”, detallaba, y destacó que vivió en primera persona las talas ilegales. De sus aventuras grabando el documental se quedó en cómo no pudo dormir por los sonidos que emitía el mono aullador, y cómo los mosquitos allí no pican, sino que “te dan collejas”.
La prensa del corazón suele respetar a Arturo Valls, pero a veces sí que se encuentra con fotógrafos. Y así, recordó cómo una vez estaba en Zahara de los Atunes y su mujer vio a un paparazi. Como no se iba, y es algo “tenso, una situación que no mola”, Valls le pidió que parase, y el fotógrafo le dijo que se apartase, que le estaba haciendo fotos a Paz Padilla.
El sentido del humor del que Arturo ha hecho gala a lo largo de toda su trayectoria le venía de su padre. “Él hacía performances sin saber que las hacía, desaparecía en comidas familiares y volvía disfrazado de mujer con falda y peluca. Y era muy gracioso que cuando notaba que la cosa decaía, se había puesto un pepino de la cintura y movía el pepino. Ahí aprendí el humor sutil. Vengo del trazo grueso, pero veía cómo cambiaba el ambiente, el humor y me caló”.
De su progenitor, cuenta que le encanta presumir de su trayectoria, que al principio de su carrera era capaz de decir, sin venir a cuento, que tenía un hijo trabajando en la tele. Y que en la actualidad es capaz de ofrecer fotos “que nadie ha pedido”, por ejemplo, cuando alguien le mira en un restaurante. “A lo mejor ni les gusto, a lo mejor son más de Roberto Leal, y la gente se hace la foto obligada”, comentaba entre risas.
Aunque es un actor y presentador de éxito, Arturo también expuso sus primeros trabajos. Fue un camarero “muy dicharachero”, que igual se equivocaba con la comanda, pero contaba chistes. También trabajó en el campo recogiendo algarroba, y dependiente en tienda de ropa. En aquella época mentía a veces, porque “vender es mentir un poco”, sobre todo, cuando iba a comisión. Entonces era capaz de dar tallas que no eran la del cliente, con la promesa de que la prenda estiraría o encogería según el stock que tuviese disponible.