SuperNature, el especial de Ricky Gervais que se acaba de estrenar en Netflix, es el soplo de aire que necesitábamos entre tanto coñazo políticamente correcto. Que alguien se atreva a hacer chistes sobre transexuales, gordos, lesbianas, pedófilos o funerales de bebés, independientemente de que haga o no gracia cada uno de ellos (a mí me la han hecho todos, pero es que yo venía predispuesta a eso) es muy de agradecer, aunque solo sea por la provocación. Ya le han llovido las críticas apenas pasadas unas horas desde su estreno, claro, lo cual hoy en día solo puede significar una cosa: lo está haciendo bien.
Que a los cinco minutos de empezar el especial ya hubiese hecho una coña haciendo referencia a las mujeres “antiguas” como las que tienen útero (“esos dinosaurios”) a mí me ha ganado. Y es que al humor lo que le debemos pedir, parece una boutade pero no lo es, es que nos haga reír. No lecciones éticas ni morales, justicia, respeto ni, muchísimo menos, consideración. Y si no se ríe porque no se la hace, no pasa nada. Asuma que hay gente a la que sí nos divierte y siga su camino. Verá como no pasa nada.
Si, como piden los mismos que se empeñan en limitarlo y como el propio Gervais señala en un momento del espectáculo, debe ser ejercido únicamente de abajo hacia arriba (qué tontería), este sería el momento de este tipo de chistes. Justo ahora que los movimientos identitarios se han apoderado del discurso hegemónico y cualquier cosa que se salga de la norma, de la suya, es candidata a cancelación.
El programa, como su antecesor y más que recomendable “Humanity”, es irreverente y provocador. Gervais mete el dedo en la llaga, busca el límite, hurga ahí donde más incómodo puede ser el chiste. No deja un tabú por trastear. Y lo hace muy bien. Solo hay que ver la cantidad de gente que ya anda golpeándose el pecho con el abanico y pidiendo las sales. Y es que si algo hay que pedirle a la sátira es, precisamente, desafiar a aquel que quiere limitarla.
El cómico utiliza la ironía con maestría británica y chapotea en lo manifiestamente incorrecto como puerco en lodazal. En algún momento, incluso, se pone mayéutico y consigue enfrentar al espectador más reacio con sus propias contradicciones. Lástima que caerá en saco roto, porque aunque muestre el armazón y el mecanismo del show, la diferencia entre obra y artista o el funcionamiento de la ironía (“cuando digo algo que realmente no quiero decir, para lograr un efecto cómico, y ustedes, como público, se ríen de lo incorrecto porque saben qué es lo correcto. Es una forma de satirizar las actitudes) no es interlocutor válido el fanático. Todo será inaceptable y punto.
He llorado de la risa, desacomplejadamente, durante una hora que se me ha hecho corta y ha conseguido que olvide por un momento que ahí fuera está todo lleno de Irenes Monteros, señalando de qué nos podemos reír y de qué no. Solo por esto ha valido la pena aguantar la suscripción a Netflix un mes más.
Lo único que le reprocharía yo a SuperNature es la aclaración final. Ese “en la vida real, por supuesto, apoyo los derechos de los trans. Apoyo todos los derechos humanos, y los derechos trans son derechos humanos. Vive tu mejor vida. Usa tus pronombres preferidos. Sé el género que sientes que eres". Menos mal que lo arregla con un “dejad las pollas” que convierte la innecesaria justificación en una nueva provocación. Ojalá más.
Dense prisa en verlo. No me extrañaría nada que pidan (y logren) su retirada. Es más, lo que me sorprendería es justamente lo contrario.