Sálvame ha iniciado este lunes una nueva etapa repleta de cambios para tratar de hacer frente a la profunda crisis que atraviesa. El programa de Telecinco ha estrenado grafismos y ha rescatado su sintonía original, aquel 'Sálvame' de Bibi Andersen, como antesala de todas las novedades introducidas en el formato.
Con nuevos directores al frente tras apartar a David Valldeperas y Alberto Díaz, el espacio vespertino ha dicho adiós a Sálvame Lemon Tea apenas dos meses después de su estreno. Terelu Campos y María Patiño han dado el relevo a Jorge Javier Vázquez y Adela González, que durante la primera hora de emisión han estado al frente de un Sálvame Limón reconvertido en un contenedor en el que los vídeos se han sucedido frenéticamente sin apenas intervenciones desde el plató.
Las piezas audiovisuales de este nuevo Limón han reflejado un cambio en el tono, con una edición gamberra y un giro hacia el humor faltón que caracterizaba al extinto Cazamariposas. Esos vídeos se han ido enlazando en emisión con cambios bruscos de tema, abarcando desde la polémica de Will Smith en los Oscar y los estilismos de la gala a la relación de Rocío Flores con Olga Moreno o la denuncia de Corinna Larssen a Juan Carlos de Borbón.
En cuanto a las escasas conexiones con el plató, Jorge Javier y Adela han aparecido sentados delante del pantallón con la mesa que Ana Terradillos utilizó en los malogrados especiales sobre Ucrania, en línea con la política de reciclaje instaurada férreamente en Mediaset. El tándem de presentadores ha mostrado mucha complicidad en pantalla, pero no termina de funcionar la combinación de un animal televisivo como Jorge Javier Vázquez con la formalidad algo incómoda de su compañera.
Pese al notable esfuerzo por que todo parezca nuevo, lo cierto es que este Sálvame se asemeja más bien a un monstruo de Frankenstein hecho con retales de todos los éxitos de La Fábrica de la Tele. Cazamariposas y Socialité han invadido un plató que, sin embargo, no ha cambiado un ápice y sigue plagado de elementos visuales correspondientes a la etapa anterior.
No ha mejorado la cosa en el Naranja, donde la cabecera, los rótulos y los sillones han sido prácticamente lo único novedoso del formato. Por si esto fuera poco, el programa ha dedicado buena parte de su franja a emitir Sin perdón, el documental improvisado sobre Isabel Pantoja que no aporta ni una sola novedad y se reduce a combinar imágenes de archivo, una cantidad inasumible de textos escritos totalmente prescindibles y varios testimonios que vienen a exponer lo que muchos espectadores llevan años denunciando: el acoso y derribo de Mediaset a la tonadillera. Un maltrato mediático que, curiosamente, se siguió dando hasta pocos días antes de que se anunciara este documento audiovisual.
En definitiva, esta nueva etapa de Sálvame parece más bien un lavado de cara a medio gas que vuelve a tirar del almacén de Mediaset para ofrecer a la audiencia un producto usado como algo a estrenar. La falta de ambición, de inversión y de adaptación sigue siendo el mayor mal del programa y de Telecinco, que sigue sin entender que la época de vivir de las rentas llegó a su fin hace tiempo.
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