“Soy Georgina Rodríguez, tengo 27 años y hace cinco años mi vida cambió”. Con estas palabras y la imagen de Georgina recostada en un yate empieza Soy Georgina, la serie documental sobre la vida de la novia de Cristiano Ronaldo. Y desde ese momento es imposible ya apartar la vista. Es hipnótico. Fascinantemente superficial.
En el primer episodio, ambos cuentan cómo se conocieron cuando ella trabajaba en una tienda Gucci en Madrid. “Hubo un momento superespecial” cuenta ella, “un sábado que jugó con el Atleti y después del partido me escribe y me dice ¿Qué tal? ¿Cómo estás?”. Yo aquí me he emocionado, lo confieso. Es un momento superespecial, como dice ella, de un lirismo y un romanticismo difícilmente igualable. Yo entiendo que la enamorase eso más que la cuenta corriente del futbolista.
Georgina es una mujer de gustos sencillos. “Es una persona muy persona”, señala Ramón, su agente. Le gustan los ibéricos y viajar en jet privado. “El jet la verdad es que me facilita mucho la vida” dice, “si tuviese que estar dos horas en un aeropuerto me volvería loca. Preferiría ni viajar”. Como para meterla en un Alsa. Y es generosa. Se lleva a sus amigas para que, como pobres que son, puedan vivir un poco también lo que vive ella. “Me gusta compartirlo”.
Con la misma naturalidad con la que nosotras vamos al Zara a por unos vaqueros básicos, ella se sube al jet de Cris (a Cristiano le llama Cris de cariñito) y se planta en París para comprarse un vestido en el atelier de Jean Paul Gaultier. Necesita algo especial para el festival de Cannes, donde su amiga se sorprenderá porque tiene playa. “La moda es arte, creación, es ilusión, es feminidad, masculinidad, belleza”. Jo, Gio, es que eres superprofunda cuando te pones, tía.
Tiene Georgina puntitos de humildad que la humanizan. Como cuando le pide a su decoradora que si sabe de alguna página web donde poder vender los muebles hechos a medida que no se puede llevar a su nueva casa, porque no le caben. Una página de venta de segunda mano pero de lujo, claro, porque “estos muebles no los puedo poner en wallapop”. También a la decoradora le dice la gran frase de el documental, mi favorita. Una que bien podría ser el título de una copla, un lema vital o un epitafio: “no me pongas flores de plástico, no me pongas libros”. Amo a Gio. ¿Ya lo he dicho?
Su grupo de amigos y amigas son “las queridas” y con ellas se va a pasar el fin de semana a Mónaco en su barco. “Si pestañeas te pierdes un plan”, dicen las amigas. Que deben de ser amigas a tiempo completo, intuyo. La profesionalización de la amistad, veo yo ahí. “Con Georgina no puedes tener agenda, nunca sabes dónde vas a despertar ni dónde vas a viajar al día siguiente”, cuentan. Yo quiero entregarle mi currículum. Soy una amiga esforzada y diligente. Y mataría avispas por ella en Mónaco, no tendría que pedírselo a los guardaespaldas gemelos. Las mataría yo con mis propias manos desnudas mientras le vigilo a los críos y le selecciono los embutidos si me mete en ese grupo de WhatsApp, me llama “querida” y por mi cumple me regala diamantes. No pido más: una pequeña amistad bien remunerada y viajar en el jet de Cris comiendo fuet a dos carrillos.
A Georgina le encanta Hermès, le encanta Gucci, le encanta Prada. Superfemenino. Le encanta. Le encanta Louis Vuitton, le encanta el grupo inditex, le encanta decathlon. Le gustan todas las marcas. Y limpia ella sus propios bolsos cuando tienen huellitas, no tiene a nadie a sueldo que lo haga. Aprovecho para volver a presentar mi candidatura a mejor amiga. Yo limpiaría tus bolsos por ti, Gio.
A Gio, como le gusta la moda, le gusta mucho ir de compras. Y se te vuelve loca en Roberto Cavalli, que es otra de sus firmas favoritas, y se lleva un vestido, dos camisas, dos bañadores, una falda y un perfume. Y cuando va a pagar, el dueño se lo regala. Porque lo bueno de ser rico es que no gastas. Así puedes ser rico más tiempo.
En Turín su día a día es ajetreadísimo. Entre que el chófer la lleve a recoger a los niños, ver cómo las niñeras se encargan de ellos, decidir los tejidos para tapizar sillones, decidir dónde ir de vacaciones este año, viajar a Milán a seleccionar unas joyas… “Nosotros somos como cualquier familia” dice. “A veces digo, jolín, qué feliz soy”. ¿Es o no es para adorarla?
Y claro, necesitan vacaciones. En vacaciones hacen lo mismo, pero en otro sitio. Esta vez en Mallorca. En una casa estupenda y “con la piscina un poco alejada de la casa para que, así, si en el momento de la siesta los niños están jugando, que no nos despierten”. En estos detalles es donde se nota el poderío. Porque si tú no eres Ronaldo y señora, y no tienes doscientos guardaespaldas y niñeras, la piscina, si tienes, la buscas cerca para tener a los niños vigilados. Por si se ahogan.
A Gio le dan premios por solidaria y ella va a ver niños pobres porque no olvida sus orígenes. Y por eso también vuelve a Jaca a comprar gominolas y comer en el restaurante donde no podía comer de pequeña y ahora podría comprárselo, derruirlo y construir un parking. Pero no lo hace porque ella no es así. Ella es muy humana. Y yo quiero ser su mejor amiga, aunque no me pague, y que cuando vayamos en yate me cuente lo de su padre narcotraficante y la cárcel, que eso no lo ha contado en el docu.