La temporada 14 del formato RuPaul's Drag Race se ha visto envuelta en la polémica mucho antes de su arranque, que tendrá lugar el próximo mes de enero en el canal de pago VH1. El origen de esta controversia es el hecho de que una de las reinas del concurso, Maddy Morphosis, es el primer hombre cisgénero y heterosexual de la historia de este programa.
Nada más conocerse la presencia de esta drag entre el plantel de 14 aspirantes a la corona, las redes sociales estallaron en un fragoroso debate sobre la inclusión de una persona no LGTBI en el casting de la competición.
Más allá de las opiniones sobre la presencia de Maddy Morphosis en el concurso, los posicionamientos han derivado hacia una profunda discusión sobre la inclusión cisgénero en un ámbito dominado por personas LGTBI.
Uno de los principales argumentos contrarios a la elección de esta drag en el programa es el que afirma que el movimiento drag ha supuesto para el colectivo un espacio seguro en el que poder vivir su identidad lejos de los prejuicios y el odio, por lo que la inclusión de personas no LGTBI podría amenazar ese espacio seguro.
Sin embargo, la otra parte señala que el objetivo del drag debe ser, precisamente, el de romper con los roles de género y divulgar lo queer, por lo que la presencia de un hombre cisheterosexual que huye de estereotipos y promulga una nueva masculinidad es un éxito para el movimiento.
Entre una postura y otra hay infinitos matices que bien merecen un análisis reposado y profundo, pero lo que nos ocupa en este artículo es lo estrictamente televisivo. Así, cabe preguntarse si el formato Drag Race hace bien en dar el paso hacia la inclusión de concursantes no LGTBI.
No cabe duda de que RuPaul's Drag Race rompió esquemas desde sus inicios y ha llevado a un espacio mainstream la otrora denostada y marginal cultura del drag. El éxito mundial del formato ha permitido que se valore y se reconozca el trabajo de las queens, que a su vez han accedido a un público más amplio y diverso. No obstante, al hablar de la diversidad de género el formato todavía tiene muchas asignaturas pendientes.
Drag Race ha abierto las miras de los espectadores con respecto a la cultura queer, demostrando que el drag es mucho más que una expresión artística de hombres blancos homosexuales. La diversidad racial y de género ha estado presente en todas las temporadas y versiones del formato en el mundo, pero ¿realmente se ha llegado al punto en que se pueda ofrecer un espacio a un hombre cisgénero y heterosexual?
Lo cierto es que RuPaul ha protagonizado varias polémicas en su trayectoria televisiva por sus palabras discriminatorias hacia las mujeres trans. Además, muchos concursantes trans aseguran haber sido obligados a posponer sus cirugías de reasignación para participar en el programa, o a ocultar su condición de trans durante las grabaciones.
Sin duda, el formato tiene una gran deuda con el colectivo trans. Los hombres trans, por ejemplo, apenas han tenido presencia en la competición. Lo mismo ocurre con las mujeres cis, especialmente las lesbianas o bisexuales, que se enfrentan a muchos más obstáculos y prejuicios que los que pueda sufrir un hombre cisheterosexual.
La elección de Maddy Morphosis, por tanto, parece responder más a un afán del programa de introducir un elemento novedoso que a una reivindicación, y es que no hay que olvidar que todo producto televisivo busca seguir generando interés y no cansar al espectador, sobre todo cuando se trata de un formato tan longevo y versionado en decenas de países.
El debate, por tanto, no es si un hombre cisgénero y hetero tiene o no derecho a hacer drag, sino si su presencia en RuPaul's Drag Race desvirtúa el cometido social que ha tenido este programa a lo largo de su historia. Bienvenido sea todo aquello que rompa con el prototipo de masculinidad y promueva la cultura queer, pero sin olvidar que para que Maddy Morphosis pueda correr, otres tuvieron que aprender a andar y siguen luchando para conseguirlo.