Telecinco emite este jueves la cuarta entrega de la nueva temporada de La última cena con un objetivo claro: mejorar los datos de audiencia tras marcar mínimo el pasado jueves. El formato bajó por primera vez en su historia de la barrera psicológica del millón con la gala protagonizada por Alba Carrillo y Lucía Pariente, conformándose con un 12,4% de cuota y 845.000 espectadores.
Estas cifras confirman la tendencia descendente del programa culinario de Telecinco, que no ha sido capaz de repetir el éxito de su debut en su segunda temporada y en tres entregas ha perdido 260.000 espectadores y 3,3 puntos de share.
Tras esta caída parecen encontrarse las cuestionables decisiones que la cadena ha tomado en esta nueva etapa del formato. Y es que el afán de Telecinco por darle un aire nuevo al programa ha acabado dinamitando su esencia caótica, surrealista y divertida.
Abrirse a concursantes ajenos al universo Sálvame era un cambio necesario por pura logística, incluso podía parecer una estrategia acertada que sumara valor al concurso, pero en estas tres semanas se ha acabado demostrando que no cualquiera es capaz de llevar el peso de un programa tan íntimamente ligado al espacio vespertino de Telecinco.
La esencia de La última cena reside precisamente en el lenguaje heredado de Sálvame, en el reciclaje de las tramas y conflictos del programa para llevarlos al prime time más loco y desenfrenado, rescatando el espíritu de aquel 'Sálvame Golfo' que aupó en 2009 al programa de La Fábrica de la Tele a lo que es hoy.
Es indudable el interés que suscita poner tras los fogones a personajes como Cristina Cifuentes o Lucía Dominguín, pero curiosamente el formato se queda cojo cuando sube el nivel de sus participantes, rompiendo la armonía que existía en la temporada anterior.
Es imposible no acordarse de momentos como el de Lydia Lozano poniendo caras orgásmicas mientras sonaba Sara Montiel, Belén Esteban pillada mientras pedía por teléfono a su marido que le llevase un montadito de calamares para cenar o María Patiño derrochando efusividad porque una croqueta sabía a croqueta. En la anterior edición todos los colaboradores estaban en el mismo barco y sabían perfectamente cuál era su papel, mientras que muchos de los comensales de las nuevas entregas siguen sin coger el ritmo del programa y sin cuajar con los rostros de Sálvame, como es el caso de las propias Cifuentes y Dominguín.
Pero no toda la culpa del menor fuelle de La última cena la tienen sus invitados. La decisión de apartar a Jorge Javier Vázquez del programa también ha pesado en sus resultados. Y es que Paz Padilla, a pesar de ser cómica y de tener un humor perfecto para ese espacio, no tiene el dominio televisivo del que sí puede presumir el catalán, que sabía sacar el máximo partido a un formato que, pese a lo que pueda parecer, no es fácil de llevar.
La tercera decisión que ha afectado seriamente a La última cena es la de la ambiciosa apuesta que Telecinco ha hecho con el concurso Alta tensión. La cadena ha decidido emitir el programa de Christian Gálvez de lunes a jueves a las 22:00 horas, relegando el formato culinario a un segundo prime time nada atractivo para los espectadores.
En definitiva, La última cena ha pecado de innovar demasiado, cambiando una fórmula que funcionaba a la perfección. A pesar de todo, el programa ha demostrado que en cualquier momento puede recuperar su esencia y volver a ser lo que era, tal y como se vio en la noche de Kiko Hernández y Carmen Borrego, sin duda la más divertida y televisiva de esta nueva temporada. La cuestión es si Telecinco sabrá recuperar ese espíritu antes de que sea demasiado tarde para el formato.