La primera temporada de La caza, con el subtítulo de Monteperdido, trasladó al espectador hace un par de años a un pequeño pueblo del Pirineo aragonés, donde nos niñas habían desaparecido. Cinco años una de ellas reaparece, lo que hace que dos agentes de la UCO tengan que reabrir el caso para encontrar a la otra niña.
Basada en la novela de Agustín Martínez, originalmente fue concebida como una serie cerrada, con un inicio y final marcado, acorde al texto original. Sin embargo, la buena acogida de la ficción permitió su renovación, y así es como llegó La caza. Tramuntana.
La nueva temporada, estrenada el pasado mes de enero, tomaba como punto de partida la muerte del anciano Bernat Cervera, un habitante muy querido del pueblo de Tramuntana, y que fue asesinado delante de tres jóvenes por alguien con un caparrot (o máscara de cabezudo) de bebé de lo más siniestro.
Un caso en el que trabajará Sara Campos, la sargento a la que encarna de nuevo Megan Montaner, y que le permitirá coincidir una vez más con el cabo Víctor Gamero, al que vuelve a dar vida Alain Hernández.
Con esta temporada, el espectador volvía a un pueblo pequeño, cargado de secretos y en el que todos se conocen, como era Monteperdido. Sin embargo, la narrativa se modificó y dábamos constantes saltos al presente y al pasado para saber por qué murió Bernat, y sobre todo, qué ha pasado con Sara Campos, que ha desaparecido.
A lo largo de los siete episodios, La Caza ha conectado mucho más de lo que esperábamos con su temporada predecesora, más allá de los dos personajes principales. Y es que si Monteperdido tenía la pederastia como hilo conductor para las desapariciones, en Tramuntana el delito de abusos a niñas da un paso más allá. Todo es más turbio, y nos presentan no un crimen puntual, sino una red muy turbia de corrupción de menores.
¡Atención! A partir de ahora este artículo contiene spoilers
Cuanto más avanzaba la investigación de Sara Campos, más incómodo se sentía el espectador. Y es que La Caza. Tramuntana es una serie áspera, que recuerda mucho a algunos crímenes cometidos contra menores de edad. El más conocido, sin duda, el caso de las niñas de Alcàsser, Míriam, Toñi y Desirée, que ahora vuelve a estar de actualidad después de que se haya vuelto a reactivar la búsqueda de Antonio Anglés.
Muchos espectadores habrán pensado en la caseta de la Romana, en la que se cometió el triple asesinato según la versión oficial, al ver el lugar en lo alto de la montaña en el que se refugiaba Dani (Jorge Motos), por ejemplo. Aunque hay mucho más.
En Tramuntana hay mucho de la versión no oficial del crimen levantino, de rumorología, de informaciones que circulaban boca a boca, pero sin pruebas. Esas fiestas de gente poderosa, que usan a los niños a su antojo sin que nadie haga nada porque todos están en el ajo. Algo que sucedía en el pasado y que continúa sucediendo, sin que a nadie le interese investigarlo.
En una entrevista a la revista ¡Hola!, la actriz Sara Rivero, la guardia civil Caty en la serie, señala que la serie “se apoya” en el conocido Caso Bar España, según el cual había un bar de carretera en Castellón en el que se reunían poderosos empresarios y políticos para abusar de niños que raptaban de un centro de menores próximo. Una historia muy parecida a la que se narra sobre Can Falgueres.
En definitiva, se ha llevado al espectador hacia un submundo terrorífico y real, y que además ha servido para conocer mejor todos esos fantasmas que atormentaban a la sargento Sara Campos.
La temporada es tan buena, o quizá más (¿cómo se podría medir esto?) que La caza. Monteperdido, aunque sus datos han quedado lejos de su predecesora, que se mantenía por encima de los dos millones en sus primeros episodios. En esta nueva etapa, La caza no ha llegado a los 1,4 millones en lineal en ninguna de sus entregas, si bien se convirtió en una de las producciones de nuestra televisión con más visionados en diferido.