La indefensión genera miedo hacia los demás. Y también desconfianza. Desconfianza en los otros y especialmente en uno mismo, porque el miedo a los demás y la desconfianza del resto nacen principalmente del sentirse diferente, del no sentirse aceptado, de ser más consciente que el resto de tus vulnerabilidades, de tus debilidades y flaquezas. Y si en esta vida hay algo vulnerable y débil eso es un niño, más si tiene TEA, Down o alguna otra discapacidad.

Es muy posible que todo lo anterior genere cierto grado de paranoia, que tengamos la piel más fina por el simple hecho de no ser 'normales', pero lo cierto es que tanto Ana como yo vivimos con pavor el día que aparezca el primer abusón en la vida de nuestro hijo. Eso que ahora llaman bullying, eso que ha existido toda la vida y nunca ha necesitado de la violencia física para causar un grave daño a quienes lo sufren.

No hace mucho, unos amigos cuyo hijo con TEA es un poco mayor que el nuestro nos comentaron no sin cierta pena que a su edad -tiene casi 8 años- los niños neurotípicos ya no quieren jugar con él.

Cuando los niños son más pequeños es todo más sencillo. Aceptan al diferente porque no saben que es diferente. Se pueden realizar todo tipo de actividades, se puede hacer algún tipo de juego dirigido, se puede socializar sin saber que lo están haciendo y al mismo tiempo incluir al diferente en la rutina normal. Es el escenario perfecto y como tal tiene un vida limitada. ¿Cuánto? Eso depende del entorno, de los padres de los otros niños y de cómo de rápido crezcan cada uno de ellos, pero los cierto es que llega un momento en que se produce un click en el cerebro del ser humano y...

Por ahora -nuestro hijo está cerca de cumplir cinco años- hemos vivido en una burbuja, protegidos por profesores, terapeutas, PTs, asistentes... pero el mundo real, el de los niños 'mayores' poco a poco empieza a llamar a nuestra puerta y aunque tal vez no sea justo considerarlo nuestro 'primer abusón', nuestro primer caso de bullying, lo cierto es que tanto Ana como yo pasamos un par de días realmente tristes pensando en lo sucedido.

Fue algo inocente, sin ninguna importancia, sin ninguna maldad, pero sin duda un anticipo de lo que está por llegar no dentro de mucho.

En una reunión del colegio nos tocó esperar nuestro turno en el pasillo mientras otros padres hablaban con la profesora. No éramos los únicos. Había más matrimonios con sus hijos esperando igual que nosotros. Entre ellos, uno de los mejores amigos de nuestro hijo desde que empezó el colegio con tres años, su hermano mayor (no más de siete años) y sus padres.

Era una escena de lo más normal hasta que nuestro hijo reparó en la presencia de su amigo. Obviamente él no inicia una conversación ni interactúa como se puede esperar en un niño de su edad, pero lo hace a su manera. Se acercó a él y comenzó a orbitar a su alrededor, como pidiéndole que le hiciera caso. Estoy seguro de que en cualquier otra circunstancia el niño habría comenzado a jugar con él sin dudarlo, como hace todos los días en clase, pero en ese momento su hermano mayor comenzó a imitar el aleteo de nuestro hijo, a sonreír por los gestos no habituales de nuestro hijo, así que qué hizo su hermano pequeño, el amigo de nuestro hijo, pues reírse también de aquel aleteo.

Como digo no creo que pueda considerarse esto como un acto de bullying. Dudo mucho que hubiera la más mínima mala intención en aquellas risas. Y estoy totalmente seguro de que los padres de esos niños les hablan de lo importante que es ayudar a nuestro hijo cada vez que su nombre sale en la conversación. Pero aquellas risas...

Aquellas risas se clavaron como un puñal incandescente en nuestro corazón. Ni Ana ni yo nos dijimos nada en aquel momento, pero horas más tarde, en casa, la tristeza que nos había generado acabó por salir a la luz. Lo comentamos, suspiramos e incluso se nos llenaron los ojos de lágrimas.

Sí, es verdad que no fue nada. Quizás simplemente exageramos lo sucedido, aunque la verdad es que dolió, dolió mucho por lo que anticipa del futuro cada vez más inmediato y, sobre todo, porque nos dejó una duda aún mucho más dolorosa en el interior: ¿fue nuestro hijo consciente de que se reían de él? Y si lo fue, ¿le importó, le dolió como a nosotros? Por su bien, espero que no, aunque supongo que en eso consiste en ser padres, en tratar de librar a nuestros hijos de cualquier dolor que el mundo les pueda causar.

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