Mientras que el 15-M de 2011 nos sorprendió a todos con un movimiento cívico sin precedentes (¡por fin la "gente" salía a la calle para denunciar los abusos o dejadeces del Estado!) por su romanticismo, un grupo de jóvenes avezados supieron aprovechar la extraordinaria oportunidad para poner en práctica la teoría política brillantemente estudiada en sus respectivas facultades.

A modo de experimento político, un joven profesor tertuliano (el contenido de su retórica me atrapó, en el fondo, en la forma y en pocos programas) cogió el testigo y lideró una nueva revolución con las reclamas del referido movimiento. Entre sus acólitos resaltaba uno con cara de niño que permanentemente lo flanqueaba y aprovechaba las palmas de la concurrencia para susurrarle al oído.

El escudero era compañero de universidad y amigo personal del profesor. Desde que lo vi por primera vez sentí compasión y admiración por él: no debe ser fácil estar en el candelero con tan peculiar fisonomía. Al respecto, como seguidor de la fantástica serie Juego de Tronos, algo aprendería de Tyrion Lannister.

En mitad del entramado de corruptelas en que nos encontramos (como tirios y troyanos, presas de la soberbia, los partidos intercambian sus vergüenzas sin pudor), Íñigo Errejón destapa su lado oscuro y se desvela ante la "gente" como víctima del ubicuo supremacismo machista del que le ha sido imposible sustraerse.

Por sus señalamientos podría deducirse que para ser coherente con las ideas hermosas y justas en que cree tendría que eliminar la disidencia política liberal o irse a vivir a una isla desierta libre de toda influencia.

Me cuesta imaginar al ínclito político como un don Juan perverso que se ensaña con aquello que con más ímpetu defiende engrosando con su comportamiento las estadísticas de las denuncias por violencia de género.

¡Quién lo diría! Sobre todo después de haber compartido su vida y obra con Rita Maestre o Gloria Mena, quienes, por lo visto, no vieron nada, porque, de no ser así, no quiero ni imaginar que lo consintieran (especialmente siendo ellas adalides de una sociedad ideal que aboga por otro tipo de consentimiento).

En cualquier caso, no está exento de contradicciones el turbio asunto, tanto por el modus vivendi personal de Errejón (que valida el proverbio "en casa de herrero, cuchara de palo") como por la demora en las denuncias y el silencio de las víctimas (que las convierte en oportunistas y resentidas). No obstante, la admisión de la culpa por el denunciado despeja cualquier duda. Ahora solo falta que las denunciantes digan la verdad.

La doble moral vivida por Errejón parece que le ha pasado factura a su salud física y mental. No se puede ser el doctor Jekyll y el míster Hyde y salir indemne. Este es el precio que ha debido pagar por vender un producto que no estaba dispuesto a comprar.

Si no fuera por el impermeable que cubre a la clase política que resbala cualquier crítica por certera que esta sea, le sería imposible soportarlo.

Aunque todo pueda verse con claridad meridiana, cabe la posibilidad de que sea una nueva estrategia del gobierno, que aprovecha los restos del naufragio, para desviar la atención de la insoportable corrupción que rezuma. En este caso, le ha tocado el turno al confeso maltratador.

O bien puede ser que el propio agresor (viéndolas venir) haya dado por concluido su propio experimento político y, dando un portazo, abandona el escenario.

Como Marat, Danton o el incorruptible Robespierre consumido por la propia revolución.

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