Ha estallado una revolución tecnológica que nos trae de la mano un tsunami llamado inteligencia artificial (IA), que anega inexorable todo lo que no es capaz de sumarse, adaptarse y evolucionar a su paso. Todo sucede ahora a tal velocidad que apenas somos capaces de apreciar detalle alguno. Siempre nos han dicho nuestros padres o mentores, en referencia a la caza de la ocasión, que el tren de la oportunidad pasa sólo una vez: "El tren sólo pasa una vez, si no estás atento, lo perderás y te quedarás en tierra".

Ese nuevo ente, que se postula prístino adalid de la evolución humana, no sólo nos complementará física e intelectualmente, sino que nos hará infinitamente mejores y formará parte de la evolución del Homo Sapiens Sapiens hacia un ser transhumano que está destinado a gobernar el mundo con mando único, colectivamente hiperconectado, expandiendo las fronteras de lo conocido más allá de nuestro planeta y tornar vigente lo que a día de hoy llamamos ciencia ficción.

Las nuevas generaciones claman para que la IA les provea un presente o futuro inmediato con más facilidades, donde haya que realizar menos esfuerzos, donde haya que pensar y estudiar menos. De hecho, hay corrientes que se postulan en este sentido, ¿para qué el ser humano actual necesita superar abrumadoras carreras universitarias, o devanarse los sesos intentando resolver imposibles problemas matemáticos o incluso preocuparse por hallar respuestas filosóficas a los misterios del universo?

Todo esto queda obsoleto si disponemos de una tecnología que es omnisciente, ubicua e interoperable por cientos de miles de personas que además, se encuentran interconectadas en tiempo real a lo ancho y largo del planeta.

Por supuesto que las grandes multinacionales o los gigánticos fondos de inversión que dominan el mundo, se frotan las manos. La IA tendrá efecto directo sobre sus cuentas de beneficios al dejar de ser necesarias ingentes cantidades de trabajadores que saldrán disparados de la cuenta de gastos y también directos a la cola del paro. Esto les proporcionará desorbitados beneficios e incrementos del valor de sus acciones.

La IA es una locomotora que arrollará cientos de miles, sino millones, de puestos de trabajo. Pero claro, la propia IA será la que nos proporcione la solución a estos problemas y seguro moldeará las neosociedades, cambiará la política e incluso el concepto de justicia. Y además lo hará sin despeinarse, en milisegundos. El mundo tal y como lo conocíamos hasta ahora mutará, y lo hará de tal manera que la sociedad actual no se reconocerá a sí misma dentro de escasos cincuenta años.

No debemos olvidar que la IA actúa de manera impersonal, que se trata de algo artificial, no humano, sin sentimientos. Si a corto plazo no reducimos la aceleración de este tren que avanza hipersónico alcanzando cada poco un nuevo "match", si no imponemos un ritmo coherente de implantación de los avances que conlleva y no implementamos los límites que imponga la moral y la ética así como un elemento de control legal de desarrollo, aplicación y uso, podríamos vernos en graves problemas como civilización a nivel global y en términos absolutos.

Este es el nuevo fuego de los dioses que se ha puesto al alcance del común de los mortales, pero en obligado ejercicio de responsabilidad tenemos que hacernos ciertas preguntas que por fuerza deben de obtener respuesta. ¿Es ético el uso de la IA en ciertos campos como la enseñanza, la justicia, la selección de empleados o incluso en el campo espiritual?

Si nos sometemos a procesos basados en la IA, ¿es ético dejar a un algoritmo los procesos de toma de decisiones que afecten a las personas en su ámbito privado y a terceros, vinculados al comercio de datos basados en el consumo de las personas proporcionados por Google, Amazon o Meta?

Además, el nihilismo y la exaltación de los egos son atributos que se manifiestan prolíficamente hoy en día, por lo que debemos de tener en cuenta que la IA se presenta como una tecnología que es usurpadora de la inteligencia humana y del conocimiento en términos absolutos. Es un sujeto sustituto impersonal que se dibuja como infalible, mejor, más idóneo, más inteligente y poderoso que su propio creador y que clama por su papel protagonista. Es una nueva versión de la novela de Mary Shelley Frankenstein, o el moderno Prometeo.

¿Seremos capaces de gestionar este deslumbrante neofuego de los dioses? ¿La criatura, sabiéndose superior, habiendo tomado conciencia de sí misma y temiendo por su monstruosa existencia, acabará por eliminar a su creador, acechado éste por sus propios pecados como ocurrió en la inquietante novela de Mary Shelley?

Cuidado con el tránsito por esta senda desconocida, porque en vez de ser el punto de partida hacia un idílico futuro, bien pudiera ser el principio del fin de la humanidad a manos de sí misma.

Tal vez, un fin fatal, sea únicamente la consecuencia última de la condición humana. ¿Usted qué opina?

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