Nadie podía pensar en Estados Unidos que ese personaje bravucón, que compartía las filas republicanas, con un discurso que rozaba la violencia verbal, de “reality show”, llegara a ser el candidato que lucharía contra la demócrata Hillary Clinton en las elecciones del 2016, para llegar finalmente a la Casa Blanca.

En aquel momento, fue el manejo del mail, de uso privado, para temas gubernamentales de Hillary, y el apoyo y la manipulación de Rusia a favor de Trump, lo que le llevó al poder desde su “Make America Great Again”.

Trump ha cambiado la geopolítica del mundo, en un proceso de desglobalización, en el que Obama seguía “en parte creyendo”, a través de medidas altamente proteccionistas.

Basta señalar las “perlas de Trump”, como la retirada de las tropas de Afganistán, la postura difusa en la guerra de Siria, potenciando el liderazgo de Rusia en la región, las nuevas sanciones a Irán, rompiendo los pactos con Occidente impulsados por Obama, con el asociado enriquecimiento de uranio, el reconocimiento de Jerusalén, impediendo la convivencia entre Israel y Palestina.

El intento de acabar con el sistema social de sanidad de Obama, frenado por el senador McCain antes de su muerte, la construcción del muro con la frontera Mexicana, generando dramas humanos, la xenofobia contra los árabes, su frente contra el “Me Too movement”, la ruptura de los pactos comerciales con Canadá y México, la guerra comercial con China, por no mencionar su flirteo con regímenes dictatoriales, ya sea Corea del Norte o Filipinas.

En estas elecciones del 2020 las encuestas señalaban una paridad entre los potenciales votantes de Joe Biden o Trump, a pesar, de que las encuestas, en el manejo de la pandemia, les separase un 20% a favor del líder demócrata.

Ciertamente esta campaña, descafeinada, con una posible repetición de la injerencia rusa, pronosticaba la permanencia por otros cuatro años de Trump en la Casa Blanca por el voto de las clases medias más conservadoras, debido a la buena marcha de la economía, el único logro para Estados Unidos, donde la convivencia entre sus ciudadanos se ha deteriorado enormemente, por el asesinato de afroamericanos por la policía, con la protesta asociada en las calles, el ascenso de los supremacista blancos, y la reaparición de bandos de su guerra civil.

Sin embargo, todo ha cambiado con el contagio del virus de Trump. Las elecciones de noviembre penden de un hilo, de su evolución clínica, de si se produjera una pronta recuperación, usándola en este caso, para fortalecer su gestión de la crisis de la pandemia, o del empeoramiento, no deseado por ningún ser humano de bien.

Como en el 2016, todo se puede decidir en la última semana.

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