El pasado mes de abril 258.840 personas dieron su voto a la formación Bildu. No son muchas, apenas el 1% de quienes en España se acercaron a las urnas. Aunque todo depende de con qué lo comparemos. Llenarían el nuevo San Mamés cinco veces, lo cual es una barbaridad, considerado en bruto (valga la redundancia). Pero, por ejemplo, el partido animalista PACMA sumó 326.045 votos. Merced a nuestra ley electoral, que se hizo pensando en favorecer a los grandes partidos y a los nacionalismos y no a los animales, estos no tienen representación parlamentaria. Bildu tiene cuatro diputados.
Tanto la candidata al Congreso de PACMA, Laura Duarte, como el portavoz de BILDU, Arnaldo Otegi, tienen derecho a ser entrevistados en la televisión pública. Faltaría más. Un país con una democracia asentada como el nuestro no puede ignorar la voz de quien, a nuestro pesar, representa políticamente a un cuarto de millón de personas. Hasta ahí es posible que muchos españoles, incluyendo el 98,5% de cuota de pantalla que no vieron la entrevista, estemos de acuerdo. Lo que no podemos ignorar es la sorprendente idoneidad del momento escogido y el tono de la misma. Hace falta tener pocos escrúpulos para realizarla un día antes de la celebración del día de las víctimas del terrorismo y abocar un año más a quienes aún tienen abiertas las heridas de la barbarie en su propia casa, a la división y la confusión. Hace falta ser poco respetuoso con la inteligencia para hacer la entrevista justamente cuando sus votos pueden ser decisivos para seguir en La Moncloa y pretender que ambas cosas no tienen nada que ver. Iñaki López, presentador de La Sexta Noche, dice que si no nos gusta cambiemos de cadena. Un argumento de este peso hace pensar... en las escuelas de periodismo en nuestro país.
Todavía habrá quien lo minimice, pero Sánchez sigue traspasando líneas rojas con una inconsciencia solo comparable a su ambición de poder cargada de rencor. Es una mala noticia para nuestra democracia. El problema no es la entrevista, el problema es por qué ahora y con qué intención. Durante muchos años, si había algo que nos unía a los españoles, amén de la selección, era el desprecio a una banda armada que iba en dirección contraria a todo un país que había abjurado de su pasado violento demasiado reciente; el rechazo a una banda terrorista que especulaba con nuestro futuro y chantajeaba a cientos de personas, provocando el éxodo de 157 mil vascos solo entre 1980 y 2000. Esta era la razón, y no nuestra intolerancia a las ideas ajenas, lo que durante años justificó que no tuviéramos a Otegi en la tele. Esa era la razón, y no un malestar congénito ante la libertad de expresión, para pensar que ningún demócrata, aún por guardar las apariencias, debía traficar con sus votos.
Pero ya está hecho. La entrevista, hay que reconocer, no pudo ser más reveladora. Otegi lamenta haber causado más dolor del necesario, aquel que tenían derecho a infringir, y reconoce haber abandonado la violencia cuando esta estrategia ya no servía más a sus intereses políticos. El varias veces condenado por los tribunales ha puesto sobre la mesa con toda claridad sus cartas. Lo ha hecho haciendo uso de su legítimo derecho a la palabra y al altavoz mediático que le dan cuatro diputados. Debería haber más entrevistas como estas para que no se nos olvide nunca de que están hechos nuestros demonios. Y pasarlas a menudo por la 2 junto con la que Chaves Nogales le hizo a Goebbels, Jordi Evole a Maduro o la que Serge Groussard le hizo a Franco. Sin olvidar la que Nate Thayer le hizo a Pol Pot, quien acusado de haber eliminado a un millón de compatriotas declaró: “mi conciencia está limpia”.
Luego, también, según nuestro legítimo derecho, podríamos preguntarnos algunas cosas. No son cómodas, pero supongo que la misma libertad de expresión y de pensamiento que ampara a Otegi ampara a cualquiera y legitima cualquier debate: ¿Debemos permitir el 99% de españoles que no votamos a Bildu que sea legítimo un partido político que hace apología de la violencia? ¿Podemos admitir que alguien sea presidente con los votos de un partido fundamentado sobre la exclusión, el miedo y la apología del terror que vuelve a manifestarse con cada homenaje? Al final, la respuesta es nuestra. Como el voto. O como el mando de la tele.