¡Qué vergüenza! Los pensionistas demandando en la calle una retribución digna, la justicia en manos de un puñado de pornógrafos y los desdichados independentistas catalanes a la deriva por la incomprensión de un Gobierno que no acierta a seducirles con su mensaje; en fin, el país hecho unos zorros y mírate tú que aquí estamos hablando de la casa de la diputada Irene Montero y su compañero sentimental, de cuyo nombre no quiero acordarme para no rendir pleitesía al patriarcado. Mientras tanto, los miembros del IBEX 35 nos meten por los ojos la piscina y el baño de mármol de la joven y prospera pareja, manipulando a la opinión pública para que se olvide del copago farmacéutico y los recortes en educación.





¡Cuánta hipocresía! ¿Acaso la señora Cospedal no se compró un casoplón de millón y medio? ¿Acaso Rivera no se mudó a una urbanización de Pozuelo buscando una mayor tranquilidad? ¿Es que una madre honesta y trabajadora no va a poder irse a vivir al campo con su pareja y criar a sus hijos como le dé la gana? Estos chicos (chico y chica) hacen pero que muy bien. ¿Y el jardinero/a que va a encontrar trabajo en su jardín? ¿Y la cuidadora (o su equivalente masculino) de los niños/as? ¿La aseadora (o aseador)? ¿Acaso ya nadie piensa en la clase trabajadora? ¿No merecen ellos y ellas un entorno sano y saludable? Noooo, parece que hay algunos que quisieran que todos suframos y vivamos hacinados en colmenas de 45 metros cuadrados. Hay quien confunde el comunismo con la miseria, olvidando que muchos de quienes hacen colas en Cuba o en Venezuela lo hacen porque les gusta hablar con sus vecinos, como ya nos explicó un muchacho muy listillo de gafitas amigo de la pareja. No hemos entendido nada. Lo que Montero y el padre de sus hijos quieren para sí mismos, lo quieren para el resto de la humanidad: “Si nos esforzamos, podemos”. Simplemente nos están marcando el camino.





Todavía hay retrógrados (y retrógradas) que se atreven a poner en cuestión las condiciones en que se concedió la hipoteca. Qué si a mi no me la hubieran dado, qué si hay gato encerrado, qué si las cajas se fueron al garete por este tipo de operaciones. Lo de siempre. La celebre envidia carpetovetónica. Al que prospera, hay que agarrarlo del faldón trasero de la chaqueta para que no se eleve en demasía. Se olvidan de que las estructuras financieras han sido hechas para el hombre (perdón) y no el hombre (otra vez perdón) para las estructuras financieras. Deberíamos alegrarnos de que haya cajas de ahorro con criterios humanos que piensan en mellizos correteando por la grama entre amas de cría rollizas y no en la puerca rentabilidad de los mercados.



Y el colmo de la maledicencia: los que se quejan del plebiscito convocado por la portavoza y su consorte. Ay, ya quisiéramos democracia interna como esa en todos los partidos. Y hasta en las Iglesias. Por ejemplo, que el Papa nos pregunte por la cilindrada del papamóvil; Mariano ponga su cargo a disposición cada vez que vende un paquete de acciones; o que Pedro Sánchez consultara a sus bases sobre el destino de sus vacaciones. Sería una democracia perfecta. No como ese verso libre de Alberto Garzón que se casó conquien quiso y donde quiso sin pedir permiso a nadie para confeccionar el menú.



Lo dicho. Mi apoyo para los jóvenes inquilinos. Yo les tenía cierta desconfianza, lo admito, nacida de mi natural escepticismo y mi proverbial estulticia, pero la elección de vivienda que estos líderes han hecho me ha abierto los ojos; a partir de ahora pensaré seriamente en votarles. Gente así es la que necesitamos. Sin complejos y dispuestos a adaptarse a las circunstancias siempre cambiantes. Claro, me diréis, también González se compró en Somosaguas una parcela de 500 metros cuadrados y Zapatero tiene una ascensor interior y piscina en el ático de su vivienda cercana a la Zarzuela. Ellos fueron visionarios también. Es cierto. La diferencia es que ellos penaron muchos años en el Congreso y luego soportaron sobre sus hombros la carga del Estado. Montero y su pareja apenas están empezado. No te digo que me lo mejores. Iguálamelo.

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