Cabalgaba Londres en patinete, cruzando puentes custodios cuando se cruzó con metales nocturnos. Ignacio, joven católico de España, abandonó el Valle de Lágrimas, entre la mirada ambigua de una poli asustada que custodia estados rotos y un invasor convencido y sin afeitar. Instante fatal en emboscada de un puente trampa que resolvió Ignacio con el instinto de la actitud.



Las actitudes no se improvisan, ni salen así como así, sobre todo en situaciones como estas. Hacer de un patinete arma de defensa, para convertirla en cruz que catapulte a la visión del rostro de Dios, no es cosa baladí. Ni está al alcance de cualquiera.



Leemos cosas de Ignacio, vemos su foto, y nos aparece como ese amigo de antaño que venía a jugar a casa desde el colegio. En tiempos de hogares y madres full time que ponían bocadillos a los amigos, claro. Joven así, muy distante hoy en día, cuando la propaganda del Estado se promociona a si mismo exhibiendo su marketing de juventud mostrando lo peor de la especie, desde las movidas botellón a las juventudes políticas, pasando por los apóstoles del resentimiento pijo que nutre las universidades.



Esta excepción a la juventud oficial de Ignacio, deja un paradigma fresco de nostalgia del joven de los tiempos del toda la vida: normal, sano y, por supuesto, católico militante -ni ideológico ni meapilas, esos dos cánceres de la fe-



Ignacio, amigo, gracias por hacer lo único que se le exige a un hombre: dar testimonio, eso es un mártir. Ya eres un héroe aquí y un alma escogida allí. Veo en mi plegaria memorial una rosa y un patinete de madera, como una cruz entre dos ladrones: un estado de uniforme y un bárbaro sin afeitar. Entre dos condenas, tú, directo a la gloria.



D.E.P. y reza porque recuperemos el coraje que nos mostraste.

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