La mañana del pasado día 24 de junio, comenté a un grupo de conocidos míos que el anuncio de la dimisión de David Cameron tras la victoria de los partidarios del brexit en el referéndum británico era la primera señal de que la voluntad expresada el día anterior en las urnas no iba a surtir efecto. Tal afirmación se basó en la observación de que nada más confirmarse el resultado, el primer Ministro británico había incumplido una de sus principales promesas de la campaña: la de que de confirmarse un resultado favorable a la salida del Reino Unido de la Unión Europea, el mandatario activaría la mañana siguiente el Artículo 50 del Tratado de Lisboa.

Ahora, nueve meses después, justo cuando parece que, por fin, la sucesora de Cameron, Theresa May, está a punto de poner en marcha el proceso de salida, nos llega la noticia de la primera ministra escocesa, Nicola Sturgeon, va a convocar un segundo referéndum sobre la independencia, tan solo cuatro años después de que fracasara en el primer intento. Con esta noticia, me refuerzo una vez más en mi opinión de que, por muy improbable que parezca, los promotores del brexit no van a poder llevar el gato al agua.

¿Y con qué motivo he llegado a esta conclusión? En el primer caso, porque como ocurre con todos los procesos revolucionarios, el éxito de sus instigadores depende en gran medida de sus primeros pasos. Cameron, al negarse a acatar, con efecto inmediato, el resultado del referéndum, y siguiendo la tradición del funcionariado británico, daba el primer paso en lo que se convertiría en un complejo baile, compuesto con el objetivo de poner en jaque el objetivo de los que acababan de ganar la consulta popular. El hecho de retrasar la notificación de la salida permitiría a los europeístas recuperar el tiempo y el terreno perdido, de manera que una vez fueran más claras las consecuencias de la salida, aún estarían a tiempo para dar un nuevo vuelco a la opinión pública.

En cuanto al anuncio de hoy de Nicola Sturgeon, llaman la atención dos cosas. Primero, que su principal argumento a favor de convocar dos referéndums en menos de cinco años, es el de que, a diferencia de los ingleses o los galeses, la mayoría de los escoceses votaron a favor de la permanencia del Reino Unido en la UE, y por tanto, no quieren estar condenados a pagar el precio de los errores de sus vecinos. Y segundo, Sturgeon ha afirmado que el referéndum no se celebrará mientras no se conozcan los resultados de la negociación sobre los términos del brexit. Es decir, lo más probable es que no se celebre hasta el otoño de 2019.

El Artículo 50 estipula que una vez activado el proceso de salida, contando dos años, el estado que lo haya puesto en marcha se encontrará fuera de la Unión Europea. De aquí a dos años pasarán muchas cosas. Y según afirma la gran mayoría de los comentaristas, es muy difícil, sino imposible, que se llegue a un acuerdo en tan poco tiempo sobre todas las cuestiones que afectarán a la futura relación del Reino Unido con los 27 socios restantes. Las encuestas más recientes indican que una gran mayoría de los británicos están opuestos a la opción de salir de la UE sin acuerdo, un resultado que dejaría al país a su suerte, sin siquiera un acuerdo estable con la Organización Mundial de Comercio.

Ante este hipotético panorama, es muy probable que de aquí a dos años, no sean sólo los escoceses los que quieran hacer todo lo posible para frenar el brexit. Ante la posibilidad cada vez más cercana de que un proceso que se presentaba como la panacea destroce tanto las relaciones comerciales del Reino Unido con el resto del mundo como su propia integridad territorial, descuartizando una unión de varios siglos, dudo mucho de que el fervor antieuropeo de los británicos se mantenga como hasta ahora. Es más, podría resultar que la UE se transforme en el factor más sustancial que una los ingleses con los escoceses, los galeses y los norirlandeses. En este contexto, ¿estaría dispuesta una Primera Ministra ya de por sí desacreditada por unas negociaciones con la UE llevadas a mal término a seguir adelante con un proceso que por necesidad acabará rompiendo no sólo la unidad europea sino la de su propio país? Y aunque lo estuviera, ¿le ratificarían en su decisión los diputados conservadores en el parlamento británico? Y eso sin hablar de los lores.

El anuncio de Sturgeon puede que haya sido una jugada maestra. Pero no en la dirección de la independencia de Escocia, sino en la recuperación de la unidad de los ingleses con los escoceses, y los británicos con los europeos. Nadie sabe exactamente qué ocurrirá pero cada día, y con cada paso que dan los políticos británicos, el brexit parece una realidad más lejana.

Colabora con el blog

Forma parte de los contenidos del Blog del Suscriptor
Escribir un artículo