Por Alejandro Pérez-Montaut Martí, @alejandropmm

El pasado sábado, una cornada mortal acababa con la vida del joven torero Víctor Barrio en la plaza de toros de Teruel. Fue sin duda un trágico suceso que no dejó indiferente al mundo taurino, que lloró su muerte rindiéndole un cálido homenaje en Sepúlveda, la tierra que le vio nacer. Desgraciadamente, su familia y amigos no pudieron gozar de la paz que todos merecemos a la hora de despedir a un ser querido, ya que ciertas voces radicales del mundo antitaurino engendraron y alimentaron por enésima vez la biliosa polémica de rigor, propia de los que no entienden más que de odio y resentimiento.

El diestro, aún de cuerpo presente, tuvo que sufrir las peores humillaciones procedentes de aquellos que, no teniendo respeto por nada ni por nadie, se creen falsos poseedores de una supremacía moral que, en teoría, les da carta blanca a la hora hacer juicios de valor de una manera banal y chabacana. Las redes no tardaron en cebarse con el joven de 29 años en el momento en el cual, desgraciadamente, ya no podía defenderse. Iconos de lo indigno, muchos personajes famosos por sus reiterados ataques a la libertad decidieron dar su opinión -o mejor dicho, su cruel sentencia- sin pudor ni estilo. Es el ejemplo del rapero Pablo Hasel, que al poco tiempo de suceder la tragedia publicaba un tweet en el que afirmaba que si todas las corridas de toros acabasen así, más de uno se animaría a asistir. El íntimo amigo de Monedero demostró una vez más su nulo respeto por la libertad y por la vida humana, cosa que no debería de extrañarnos, pues Hasel, el ruiseñor afónico, es un férreo defensor del comunismo, ideología que arrasa con la libertad allí donde alcanza el poder.

Por otro lado, Vicent Belenguer, profesor en activo actualmente, decidió dar rienda suelta a su animadversión mediante un artículo -si se puede llamar así- algo más extenso. Belenguer celebró la muerte de Víctor Barrio en un post con numerosas faltas de ortografía que destaparon sus cuestionables cualidades docentes. La sorpresa llegó poco tiempo después, cuando el maestro liendre, que de todo sabe pero de nada entiende, se percató de que su zafia publicación se había hecho viral alcanzando una reacción social completamente opuesta a la deseada. Fue entonces cuando la cobardía propia de los de su calaña se apoderó de su ser, y, con la orina empapando sus pantalones, Vicent Belenguer aseguró que habían pirateado su cuenta de Facebook publicando esas palabras que en ningún momento salieron de su inocente y pulcra mente. Su denuncia adquirió mucha más credibilidad cuando se descubrió otro dulce mensaje de hace aproximadamente un año, en el cual Belenguer enviaba sus mejores deseos a Fran Rivera tras la cornada que recibió en Huesca. El primitivo temor llevó pues a un pusilánime profesor a recurrir a la mentira para deslegitimar indecorosamente y de manera poco veraz sus propios actos. Su inmoralidad me resultó tan pedagógica que decidí en ese mismo momento que mis futuros hijos recibirán su formación en el centro donde él figure como profesor titular.

Lo esperanzador de este desdichado episodio fue la repulsa por parte del grueso de la sociedad civil ante las injurias vertidas sobre Víctor Barrio y su familia. No solo el mundo favorable a la tauromaquia se rebeló frente a los radicales, sino que también muchos de los que la rechazan pero que a su vez gozan de la cordura pertinente decidieron condenar también los desvaríos llenos de resentimiento y los insultos vertidos como un jarro de agua helada sobre un alma perdida y sus seres queridos. La familia y amigos de Víctor Barrio dejan entonces a un lado el odio y deciden responder a través de la vía legal con las denuncias que consideran oportunas, pues ellos sí entienden que vivimos en un Estado de derecho, concepto que a más de uno se le atraganta y le suena a chino. Como siempre, la justicia asegura la libertad frente a aquellos cobardes que quieren degollarla.

Lo que nos hace libres es la posibilidad de decidir sobre nuestros actos. Mofarse de la muerte de un hombre abusando de la libertad de expresión es un claro signo de cobardía. Los que se juegan la vida no pretenden que se llore su muerte, pero sí que se respete su memoria. Desgraciadamente, los cobardes abundan en todos los sectores de nuestra sociedad, y en este caso, Hasel y demás antitaurinos de feria, proclives a esconderse detrás de un smartphone, buscan ese fugaz momento de gloria que les haga sentir que, aunque solo sea por un día, son alguien en este mundo, obteniéndolo a través del odio.

El cobarde es aquel que ataca injustamente y a sangre fría cuando comprueba la vulnerabilidad irreversible de su adversario. El cobarde es el que no es consecuente con sus propios actos, y, de manera hipócrita se arrepiente de las coces repartidas. En definitiva, los cobardes son los de siempre.

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