Fonda Bossio en 1910 (Archivo Municipal de Alicante) en una composición con el escritor Andersen.

Fonda Bossio en 1910 (Archivo Municipal de Alicante) en una composición con el escritor Andersen.

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De cuando el autor de 'La sirenita' visitó una típica taberna de Alicante: "A cual más fea, jóvenes y viejas"

Hans Christian Andersen estuvo en Alicante, Elche y Orihuela, donde se detuvo para describir sus impresiones sobre una taberna que no le gustó mucho.

10 septiembre, 2023 06:20
Alicante

En un momento en el que 'La sirenita' vuelve a estar de moda después de que Disney Plus haya estrenado esta semana en su plataforma la versión live-action, con el papel de Javier Bardem como Tritón, volvemos al autor de la misma, Hans Christian Andersen quien, a mediados del siglo XIX visitó varias localidades de la provincia de Alicante en su viaje por España y Portugal. 

El escritor y poeta danés por entonces ya había publicado con éxito cuentos de fama mundial como la ya mencionada 'La sirenita' pero también 'El patito feo' o 'El soldadito de plomo'. Ya consagrado, con 58 años, quiso hacer realidad su sueño de conocer España, país por el que sentía devoción desde pequeño, cuando un soldado español que se encontraba en su ciudad como parte de una expedición para bloquear a los ingleses se encariñó con él. 

Nos situamos en el año 1863, recuerdan desde el blog de la Asociación Cultural Alicante Vivo. Andersen llevaba tres días desde España y tocaba conocer la provincia de Alicante, así que cogió una locomotora, junto con el cónsul danés, desde Almansa, trayecto inaugurado seis años antes, y en seis horas, llegó a la capital de provincia. Ya de noche, se hospedó en la Fonda del Bossio, un complejo hotelero regentado por italianos, como recordamos en este otro artículo.  

[Las mayores diferencias entre 'La sirenita' de Disney y el cuento de Hans Christian Andersen]

Como se puede leer en su libro de vivencias 'Viaje por España', cuanta como los dueños del hotel les trajeron "frutas incomparables, uvas de moscatel zumosas y tersas, vino llameante, el típico de Alicante". Su vena literaria salía a relucir en cada párrafo descriptivo. "El rumor del reflujo del mar fue nuestra música de sobremesa, las estrellas del cielo, la iluminación; hacía una noche de verano como no la había experimentado nunca”, también refiriéndose al calor.

Al día siguiente, se dejó maravillar por el urbanismo de Alicante ciudad: “La fisonomía de la ciudad la componen casas encaladas, con techos planos y balcones volantes; hay un par de calles pavimentadas y una alameda [en alusión a La Rambla] que evoca un fragmento de bulevar parisino -aunque nadie iba a echar de menos un recorte tan chico-", escribía.

También mostraba a continuación una queja recurrente en la actualidad: "Los árboles no dan mucha sombra, que digamos". A su vez, se fijó en que "la gente se sienta en fila en los bancos de piedra y se dedica a mirar a los que pasean”. Junto al puerto estaba el mercado, hoy conocido como Casa Carbonell, y allí hubo algo que le llamó la atención: “Aquí amontonaban las naranjas como las patatas en Dinamarca; cebollas y uvas enormes colgaban de las vigas verticales, cual si brotasen de la madera muerta. Por fuera se extendía la calle principal de la ciudad, con edificios imponentes, entre los cuales destacaba, más que ninguno, el Ayuntamiento que, con sus torres en las cuatro esquinas, parece algo”.

Aunque fue sin duda la concatedral de San Nicolás la que más lo atrapó, “aquí no se respiraba aire de Dios; se estaba en un ambiente lúgubre, creado por el hombre” y lamentó su mala suerte de haberse perdido una "fiesta popular" que se había celebrado días atrás cuando divisó en la playa grandes jaulas de madera con hienas y leones para el divertimento de la gente. "¡Qué pena no haberlo sabido antes! En la ciudad no se había notado la falta de tanta gente; era domingo por la noche y la alameda estaba tan concurrida como de costumbre por multitud de paseantes: militares, civiles, señoras de mantilla negra y reverberantes abanicos, mozas y mujeres con pañoleta de colorines. La banda de música había tocado hasta medianoche, la chiquillería bailó en corro por en medio del gentío; todos los bancos estuvieron ocupados por grupos de cotillas”.

De sus visitas específicas a lugares de Alicante ciudad se echa en falta hoy en día alguna ruta turística para captar a visitantes atrapados por el mundo de fantasía creado por Andersen. 

Al palmeral de Elche

A continuación, este viajero paró en Elche tras su paso por un camino que no le gustó mucho: "concordaba perfectamente con las peores descripciones que uno hubiese leído acerca de las carreteras españolas”. Cabe recordar, como él cuenta, que se desplazaba en una tartana cargada por diez mulas, recuerdan desde la cátedra Pere Ibarra de la Universidad Miguel Hernández. 

"Conforme nos acercábamos a Elche, veíamos su valle de árboles cargados de frutos y su amplio palmeral; el más grande y bello de Europa. Enormes palmeras elevan aquí sus verticales troncos cubiertos, por así decir, de capas de escamas sorprendentemente gruesas y, sin embargo, delgados en toda su gran altura", se maravillaba.

Pero el calor del verano seguía haciendo mella: "Cruzamos estepas de piedras quemadas y saciamos nuestra sed con agua fresca de pozos; nos quemaron los rayos del sol y el aire caliente, como en los valles de Palestina, pero, ahora, como el Rey David, gozábamos a la sombra de las palmeras y, como sus discípulos, paseábamos sus paisajes", relataba.

De la ciudad ilicitana dice que no era muy grande y recuerda que en época romana, llegó a tener puerto. Sin llegar a pernoctar en Elche, tocaba seguir la ruta...

La taberna de Orihuela

Orihuela tenía que ser una parada obligatoria para este literato, describiendo, como no podía ser de otra forma, la arquitectura de la capital de la Vega Baja: "Admito haber visto los monumentales edificios de la villa, su grandioso Cuartel de Caballería, el Palacio del Arzobispo y la Catedral", avanzaba.

Sin embargo, no fueron estas edificaciones las que captaron su atención, ya que añadía: "mas no guardo el menor recuerdo de todo ello". "En cambio", proseguía, "la taberna donde comimos aquel mismo día no la olvidaré jamás”, decía con cierta sorna.

Es entonces cuando se detiene a describir el local, lleno de moscas, y abarrotado de clientes, desesperados ante la parsimonia de las cocineras, “a cuál más fea, jóvenes y viejas”Es más, “la dueña, una mujer joven y rubia, inflada de gorda pero de tez blanca y sonrosada, daba órdenes con voz hombruna. Debía de tener buenas fuerzas; seguro que podía doblarle la rodilla a más de un buen mozo. Era el tipo ideal de mujer para un bandolero”, concluía su descripción sobre la provincia de Alicante. 

Hans Christian Andersen pasó después por Murcia, Málaga, Granada, Tánger, Cádiz, Sevilla, Córdoba, Madrid, Toledo, Burgos, Vitoria y San Sebastián.