Cuando hablamos de democracia, a veces solemos confundir conceptos relacionados con la representación política. El sistema más democrático de los que se han usado a lo largo de nuestra civilización está basado en el sorteo, no en la elección. Con el sorteo cualquiera puede ser elegido por el azar para gobernar al resto, mientras que la elección supone en sí misma una "representación" por parte del cargo electo de los intereses de quienes le han elegido.
La experiencia ha demostrado que el sorteo no funciona como sistema político. Cuando se ha puesto en práctica, sobre todo en la antigüedad, solo pudo implementarse solo en comunidades pequeñas en las que todos estaban igualmente preparados para gobernar porque los asuntos sobre los que tomar decisiones no tenían complejidad. Bastaba con sentido común. Además, no todo el mundo quiere gobernar. ¿Se acuerdan de esa mítica escena de Amanece que no es poco en la que se elegía incluso a la prostituta del pueblo?
La base de nuestro sistema representativo, en cambio, se fundamenta en que cualquiera -a partir de una edad y unas condiciones mínimas- puede ser elector y elegible. Es el resto de la sociedad la que le designa en una libre competición, para que les gobierne en función de sus capacidades previas, las ideas que expone y los intereses que defiende en la campaña electoral previa a los comicios.
Por cierto, es igualmente democrática la elección directa del presidente de una comunidad autónoma, que la indirecta de una Diputación mientras que los partidos políticos controlen las listas electorales, se mantengan las circunscripciones electorales que impiden que todos los votas valgan lo mismo, y muchos otros detalles de nuestro sistema. Todos los electos ejecutarán tras las elecciones un cargo "representantivo". Y "represnetarán" a todos los ciudadanos, con independencia de si le han votado o no.
Es más, nadie sabe cuán buen o mal gobernante o gestor va a ser el que se presenta si no ha tenido un cargo previo mediante el que demostrar su valía. De hecho, muchas veces los electores nos llevamos grandes chascos cuando los políticos no cumplen su palabra o toman decisiones bienintencionadas aunque equivocadas.
Por eso, no entiendo que hayamos llegado a un punto en esta campaña en que se hable de llenar el Congreso de los Diputados de gordos para evitar la gordofobia o que se diga que una candidata es mejor que otra porque es sorda y bollera. Y, menos aún, que cuando alguien, en este caso un humorista, afirma que esto es absurdo, haya partidos políticos como Podemos que se planteen denunciarle por un "delito de odio".
Claro que tiene que haber gordos y flacos, sordos y ciegos, bolleras o heterosexuales, negros y blancos, y todo tipo de personas entre los elegibles. Pero ¿qué clase de sociedad queremos para el futuro si pensamos que nos va a gobernar mejor una persona por ser gordo, gay o bollera en vez de por estar preparado para ello en cualquier disciplina académica -Derecho, Economía, Política, Ingenierías, Medicina...- o con experiencia profesional en cualquier ámbito social?
Yo estoy gordo, pero creo que no va a defender mis intereses mejor un gordo que un flaco porque lo que quiero es que funcione la Sanidad, la Educación, la Economía, las Relaciones Internacionales... ¿Eso significa que no quiero que gobiernen los gordos? Sinceramente, me da igual su condición física. Winston Churchill estaba gordo y Kim Jong-un no es una sílfide, pero las diferencias políticas entre uno y otro son abismales.