Cuando nuestra sociedad y las propias hogueras han cambiado tanto, resulta difícil -o quizá no tanto- intentar imaginar el enorme poder que la figura de Tomás Valcárcel albergaba sobre el conjunto de unas fiestas del fuego, entonces mucho más limitadas en su ámbito -46 comisiones en 1979-, en un Alicante aquel año también más pequeño -casi 238.000 habitantes-.
De entrada, sorprende que Valcárcel, una figura tan astuta y que con tanta mano férrea como carisma había controlado el entorno en que se desenvolvía -y que le había llevado al consistorio por las elecciones al tercio familiar de finales de 1970-, no intuyera que el fin de su dilatado periodo como dirigente foguerer -18 años como presidente de la Comisión Gestora- estaba a punto de llegar.
Todo empezaría aquel 3 de abril de 1979, cuando las primeras elecciones municipales de la democracia llevaban a la alcaldía de Alicante a una figura hoy día legendaria; José Luis Lassaletta. El pacto de izquierdas entre PSOE y PCE facilitaba igualmente que Salvador Forner se responsabilizara del área de fiestas. Y es curioso señalar que siendo Forner comunista, siempre mantuviera con Valcárcel una cordial relación, basada en una vieja amistad familiar.
No fue el caso del nuevo alcalde, quien desde su legitimidad democrática siempre menospreció a Valcárcel, en quien veía reflejado, no sin cierta razón, cercanía a un régimen que ya estaba dando sus últimos coletazos. Conviene recordar que, en su largo mandato, había sido reiteradamente designado por los respectivos alcaldes de la ciudad.
Podría escribirse un pequeño libro en torno a los desencuentros vividos entre Lassaletta y Valcárcel, instados sobre todo por el primero. Citemos que en el mes de mayo Valcárcel -quien contaba con 76 años de edad- tuvo que ser operado de urgencia, y pese a ello se hizo cargo del festival de elección de la bellea del foc y, posteriormente, de aquellas hogueras.
La tensión llegó al punto de que Valcárcel estuviera a punto de no dirigir el Desfile de la Provincia, la tarde del 23 de junio -Forner sudó tinta ante la posibilidad cierta de verse enfrascado en un ámbito que no dominaba-, aunque finalmente lo asumiera minutos antes de iniciarse, desde la megafonía instalada en los balcones del ayuntamiento. Por allí estaba yo pululando curioso, con apenas 13 años y los ojos como platos, sin darme cuenta de la tensión allí generada.
La noche de la cremà, ni Valcárcel ni la bellea del foc, Terete Caturla, estuvieron presentes en los balcones consistoriales. Todo estaba dispuesto para que Don Tomás entonará su canto de despedida. Este se escenificó la noche del 29 de junio. Tras el Coso Multicolor se celebraba la cena anual de los premios de un diario alicantino, en el Hotel Meliá.
A los postres y en el turno de palabra anunciaba su dimisión irrevocable. No era la primera ocasión en la que lo había hecho, pero esta vez era la definitiva, entre las mayoritarias protestas de los foguerers allí presentes. El 1 de julio publicaba en la prensa una carta "al pueblo de Alicante", ratificando su despedida.
Acababa con él un largo periodo y empezaba otro nuevo, en el que muchos preconizaban que la Fiesta se hundiría. Por fortuna, sucedió lo contrario. Es cierto que una mezcla de tensiones e ilusiones se darían de la mano, pero al mismo tiempo se iniciaba un contexto apasionante para nuestra celebración.