Hace un par de semanas me dirigí hasta la plaza de la Montañeta para contemplar por unos instantes la proclamación de las belleas y damas de honor de la foguera Hernán Cortés, y hubo una imagen que se me quedó grabada. Fue contemplar a escasos metros de su cuidado escenario los motivos y adornos -por cierto, muy cuidados este año en nuestras calles- que en apenas semanas anunciarán la Navidad en la ciudad.
Fue una perfecta metáfora del anacronismo vivido, cuando en algo menos de dos meses se ha ido sucediendo el ciclo de presentaciones de las representantes femeninas que culminarán su reinado el próximo junio, y que acabará mañana. Una propuesta que se vendió a las comisiones con razonamientos incompletos, sin exponer claramente las consecuencias de un cambio contra natura, y con el señuelo de proporcionar a las hogueras la financiación de sus respectivos actos en este ejercicio.
Así salió adelante, en realidad para dar salida a un tema no esencial, como era el relevo interrumpido de las bellezas de los distritos durante la pandemia. Algo que algunos alertamos iba a destruir una tradición asumida y engrasada durante décadas, como así ha sucedido. Este ciclo de presentaciones se ha dirimido en una sucesión tan controlada como carente de soltura, en el que, por ejemplo, el reducido ámbito de indumentaristas se las ha visto y se las ha deseado con poder cumplir todos sus encargos.
Algo que por un lado ha reducido su margen de ganancia y, lo que es peor, ha vaciado por completo sus previsiones en los próximos meses. Pero lo que ha provocado es consecuencias inesperadas, una de las cuales lo supone comprobar como de las 89 candidatas de 2022, apenas 66 participen en la elección de la bellea del foc 2023. Hasta para el llamado ‘belleceo’ este cambio ha proporcionado un elemento distorsionador.
En cualquier caso, y contra aquellos que señalaban que el conjunto de la Fiesta se acostumbraría a esta nueva coyuntura, considero, por el contrario, que ésta ha asumido una sensación generalizada de suponer una experiencia fallida, que con cierta voluntad colectiva se podrá revertir el próximo ejercicio. Sí que hay que valorar un elemento; la capacidad del engranaje foguerer para haber puesto en práctica, aunque sin entusiasmo, el calendario planteado.
Era una circunstancia que en principio se temía resultaba inviable, pero todos sabemos que se puede retornar a un contexto más o menos acostumbrado, quizá aceptando algunos pequeños matices en su reincorporación. Ahora, en realidad, tan solo nos resta comprobar cómo se desarrollan actos multitudinarios como las galas de bellezas o los festivales de elección en la plaza de toros, que tenemos a la vuelta de la esquina.
De entrada, esperemos que la climatología acompañe. Es cierto que la ralentización en las temperaturas cálidas supone un aliado en estas circunstancias. Sin embargo ¿vamos a ganar algo al trasladar estos actos a unas fechas intempestivas y carentes de su necesaria calidez?, ¿igualarlo siquiera?, ¿resulta mínimamente aceptable que la bellea del foc elegida no sea proclamada hasta entrado enero?, ¿cómo asistirá, por ejemplo, nuestra nueva representante a la procesión de San Nicolás?
Quede finalmente, en el recorrido de esta extravagancia, que su promotor definió como “el cambio que realmente necesita la Fiesta”, como este mismo artífice lleva bastante tiempo recogiendo cable al comprobar el estropicio que, antes de empujarlo, no supo atisbar. En más ocasiones de las deseables, hay que repensar las consecuencias, antes de dar un paso de inciertas consecuencias. Este es un sangrante ejemplo de ello.