El informe World Energy Outlook 2023 de la AIE (Agencia Internacional de la Energía) preveía que en 2030 hubiese casi diez veces más coches eléctricos en circulación y que las energías renovables representen cerca de la mitad de la energía mundial. Estas previsiones se basaban en los grandes cambios que se estaban y se están produciendo. Dicho informe hablaba del espectacular auge de las tecnologías de energía limpia, como la solar, la eólica, los coches eléctricos y las bombas de calor, y de cómo estaban y están transformando la forma en que producimos la energía que usamos para todo, desde fábricas y vehículos hasta electrodomésticos y sistemas de calefacción.
Son datos esperanzadores, aunque debo reconocer que no tengo los datos actuales, pero seguro que la tendencia se mantiene, aunque no sé si con altibajos. Lo que sí sé es que las ventas de vehículos eléctricos se están ralentizando en toda Europa; del mismo modo que sé que toda transición energética requiere años, décadas. Sin olvidar el hecho de que el mundo tiene más retos en el horizonte, además del innegociable reto que supone frenar el cambio climático y sus dañinos efectos, algo muy visible para la mayoría debido a la radicalización de la meteorología.
Hace unos días se celebró la Conferencia Internacional de Banca organizada por Santander y su presidenta, Ana Botín, hizo unas interesantes reflexiones al inicio del evento. Ella comentó que los gobiernos están cada vez más endeudados, que la población mundial mayor de 65 años representará casi una cuarta parte del total en el año 2.100, que el presupuesto de defensa está ganando mucho peso y que la transición verde, la descarbonización, requiere 2,8 trillones de dólares al año. Está claro que hablamos de cambios mayúsculos y que es necesario que nos preguntemos quién y cómo vamos a pagar todo esto. Es obvio, pero por si alguien tiene dudas, se refería al gasto en defensa, al de la transición verde, al pago de la deuda de los gobiernos y el pago de las fundamentales pensiones.
Con gobiernos tan endeudados a nivel mundial, la única opción es tirar de impuestos a los particulares y a los beneficios de las empresas. ¿O no? Creo que esa es la solución más simplista, pero hay otras, como la mejora de la eficiencia de las distintas administraciones, el incremento de la productividad de los trabajadores o la adaptación de las políticas a la nueva realidad para estimular el crecimiento.
Un par de datos que me llamaron la atención fueron que mencionó que en lo que va de siglo Europa ha creado 11 millones de puestos de trabajo y 300.000 millones más en impuestos; niveles parecidos a los de Estados Unidos de América. Algunas de las ideas que puso sobre la mesa fueron: incrementar la productividad, fomentar un crecimiento sostenible (en este punto se detuvo para explicar que Europa regula mucho más que EEUU y que deberíamos tomarnos una pausa para digerir tanta regulación y valorar su impacto en nuestra competitividad); y considerar a la transición verde como una oportunidad de crecimiento
El tema de la sobreregulación me recuerda a un amigo que siempre decía que deberíamos tener un acuerdo de no proliferación tecnológica para darnos tiempo a pensar, a analizar las cosas con detenimiento antes de lanzarnos a invertir en las últimas tecnologías para no quedarnos atrás. Cosa que queda muy bien sobre el papel, pero que es difícilmente realizable desde el momento que vivimos en una aldea global y pararnos hace que perdamos el tren. Lo cual, por otro lado, puede ocurrir por legislar en exceso.
La conclusión a la que llegaba Ana es que la mejor manera de pagarlo todo es tener un alto crecimiento de nuestras economías, la opción contraría exige subir más y más la presión impositiva sobre ciudadanos y empresas, lo cual tiene muchas consecuencias no deseadas y nos daría para largos debates sobre economía y ética.
Personalmente, creo que el tema es muy complejo, pero no tengo duda de que si los gobernantes gestionasen de manera más eficiente los impuestos ya daríamos un gran paso, si además se persiguiera la conocida y aceptada economía sumergida daríamos otro paso.
Y si, además, encontramos el difícil punto de equilibrio a la hora de legislar, igual no hipotecamos el futuro de Europa y conseguimos ser más que un continente de vacaciones con una elevada parte de la población viviendo de las pensiones y preguntándonos si las inversiones realizadas en la transición verde y digital, en armarnos para sentirnos más protegidos en la III (o la IV) Guerra Mundial, no han penalizado en exceso el poder adquisitivo de todas esas personas jubiladas porque se ha tenido que considerar toda su vida laboral para calcular lo que deben cobrar como pensionistas y, evidentemente, para financiar el resto de retos prioritarios.