Hace unos meses se anunció que la famosa serie Black Mirror estrenará su próxima temporada en 2025. Como alguien inmerso en temas tecnológicos y relacionados con la innovación, no pude evitar pensar en si una de las futuras distopías que nos presentará abordará la creciente brecha global derivada de las tecnologías.
Imaginé ese capítulo: un mundo completamente dividido, partido en dos. Un norte y sur global aún más desiguales de los que ya conocemos. Un futuro donde el norte global ha logrado los avances más impresionantes: edificios energéticamente eficientes, casas inteligentes que se limpian solas, acceso a servicios esenciales y gratuitos de primer nivel, jornadas laborales de cinco horas... incluso existe un sistema climático controlado que protege de las temperaturas extremas provocadas por el cambio climático.
Pero mientras el norte global disfruta de acceso a casi todo, el sur enfrenta una decadencia alarmante. Sus tierras han sido completamente devastadas por las consecuencias del cambio climático. La deforestación masiva, la desertificación y la contaminación extrema han destruido los ecosistemas, provocando la extinción de numerosas especies y el colapso de los sistemas agrícolas.
La escasez de recursos es extrema, casi no hay agua. La guerra y el autoritarismo reinan sin oposición, porque las instituciones estatales han colapsado y no importan ya las normas internacionales. Millones de personas se ven obligadas a huir. La poca información disponible es controlada y manipulada por pequeñas élites.
Las sociedades no tienen acceso a información, avances científicos o servicios básicos digitalizados: ni bancarios, ni sanitarios, ni educativos. La mayoría de las personas se quedan sin acceso a información. Los libros se usan para hacer pequeños fuegos y calentar las casas. El conocimiento se pierde.
¿El exagerado temer este escenario? Espero que sí, pero la verdad es que la velocidad a la que se están desarrollando las tecnologías implica una pérdida de control de sus efectos por parte de la sociedad. Basta con mirar a nuestro alrededor para notar que las tecnologías digitales, y en especial la Inteligencia Artificial (IA), ya están influyendo en nuestras sociedades de maneras impredecibles.
No es exagerado decirlo, porque hace poco más de 30 años, cuando internet apenas empezaba a transformar nuestro mundo, no podíamos prever que, en el futuro, estos avances tecnológicos serían casi el pan nuestro de cada día. De ahí hemos pasado a una tecnología capaz de leer y manipular la mente humana, una inteligencia artificial que va a cambiar nuestra manera de trabajar, y probablemente de pensar y de vivir. Mientras, más de un tercio de la población mundial sigue sin acceso a Internet. Esta realidad nos presenta desafíos y retos tan grandes como las oportunidades que la tecnología promete.
Es aquí donde la responsabilidad colectiva entra en juego: no podemos permitir que las tecnologías se conviertan en instrumentos de exclusión y desigualdad. Las tecnologías deben beneficiar a todas las personas, también a aquellas que viven en los lugares más remotos o que nunca han tocado un ordenador.
Los derechos humanos nos proporcionan un marco universal, que esperemos que se vea reflejado en herramientas como el Pacto Digital Mundial. Pero en esta tarea hay algo esencial: escuchar no solo a quienes manejan la tecnología digital, también a quienes perjudica o no llega. Desde organizaciones como Ayuda en Acción nos toca esta tarea. Seguir, aprender de estas tecnologías para mitigar los posibles efectos negativos y aprovechar las posibles oportunidades que puedan a generar a las poblaciones vulnerables con las que trabajamos.
Hacemos esfuerzos valiosos para cerrar la brecha existente y llevar la innovación a las comunidades que más lo necesitan. Recientemente, hemos abordado estos desafíos y las oportunidades que se presentan con los Cursos de Verano de la Universidad Internacional del País Vasco en el curso '¿Inteligencia artificial para la innovación social?', con expertos internacionales como Connor Spelliscy, director ejecutivo del Decentralization Research Center o Ayona Datta, profesora en el University College de Londres. Trabajamos así por crear oportunidades en la que repensar el futuro de las tecnologías disruptivas y, a la vez, nuestro futuro.
También trabajamos en esta tarea a través de nuestra plataforma de innovación abierta Designing Opportunities (DO), que identifica y publica retos sociales de las comunidades más vulnerables, conectándolos con soluciones propuestas por una comunidad global. Queremos aprovechar todas las opciones que nos proporcionan las tecnologías emergentes para hacer de DO un proyecto más grande y con más alcance, aunque garantizando que sea de forma justa, sostenible y respetuosa con los derechos, incluidos los digitales.
El futuro que imaginemos, ya sea en la pantalla de Black Mirror o en nuestras pesadillas o sueños más inquietantes, no está predeterminado. Está en nuestras manos decidir cómo utilizamos las herramientas que hemos creado. La tecnología puede ser el vehículo que nos lleve hacia un mundo más justo y equitativo, o puede ser el catalizador de una división social aún más profunda. El futuro depende de las decisiones que tomemos hoy, y es imperativo que los gobiernos, las empresas, el tercer sector, la sociedad civil, y cada una de nosotras, tomemos estas decisiones con un sentido profundo de responsabilidad y humanidad.
*** Jaime Díaz es responsable de Innovación de Ayuda en Acción.