Nunca he sido muy mística, ni especialmente crédula. Pero confieso haber recibido un tratamiento de acupuntura para superar el mal de amores, haberme dejado tentar por la homeopatía contra la congestión nasal y haber utilizado algún dispositivo ultrasónico con la esperanza de repeler a los mosquitos.
Eso fue antes de frecuentar a María José, a Gabriel, a Rubén y a otros hombres y mujeres de ciencia que, desde el campus universitario de Toledo, dedican su tiempo a la noble tarea de enseñar mientras contribuyen al progreso del conocimiento con su labor investigadora. Juntos impulsamos Ciencia a la Carta, una asociación pionera, independiente y sin ánimo de lucro empeñada en divulgar, en transferir a la sociedad los avances surgidos en aulas y laboratorios y, sobre todo, en fomentar el pensamiento crítico, desterrar mitos y combatir la desinformación.
Ahí tuve que rendirme a la evidencia. La acupuntura no tiene respaldo científico; la homeopatía, a base de diluir, reduce a dosis infinitesimales el principio activo y las pobres mosquitas, que son las que pican, cuentan con una capacidad auditiva tan mermada que permanecen inmunes a este tipo de estímulo disuasorio.
En aquellos primeros meses entregados generosamente a la comunicación social de la ciencia aprendí que ampliar el conocimiento científico no solo te facilita la vida, sino que también te la abarata. De esas tres personas con tremendo impacto en mi vida, y también de Ana, María, Kike, Susana, Ángela y algunas más, aprendí que la investigación científica y el periodismo son disciplinas hermanas en curiosidad, creatividad, método e incluso relato. Aprendí la falacia de la exclusión y me instalé para siempre en la tercera cultura, que me define y me representa.
En noviembre se honra a los muertos y se alza la voz contra la violencia de género, pero también se celebra la ciencia y a su patrón, Alberto Magno. Este sabio medieval con amplios conocimientos en letras, ciencias y humanidades es santo católico y doctor de la iglesia, además de la percha sobre la que cuelgan las numerosas semanas de la ciencia que estos días se prodigan en la región.
También en noviembre vuelven los Maridajes Cuánticos a la Biblioteca de Castilla-La Mancha. Este ciclo de sugerente nombre y seductoras propuestas concita en Toledo a las grandes figuras de la divulgación científica encumbradas por medios, eventos y redes. Asistir a una de estas charlas es aprender, disfrutar y, frecuentemente, estallar de admiración.
Vayan a la Biblioteca y escuchen hablar sabiamente de cielos retratados, dinosaurios, Cajal, los virales o el absurdo… porque todo es ciencia si se aplica el método y todo se puede contar (bien) modulando el mensaje para superar barreras.
En Castilla-La Mancha hay talento, pasión y compromiso en hombres y mujeres que, más allá de la excelencia investigadora, se empeñan en compartir resultados fuera de la academia. Divulgar, poner algo al alcance del público, es acudir al pueblo más recóndito de la región para explicar microbiología en un CRA; enseñar método científico a personas con diversidad funcional o llenar hasta la bandera bares y salones sin esperar otra cosa que la sonrisa de quien observa, experimenta y, al fin, comprende.
Esto es comunicar socialmente la ciencia cuando divulgar se reduce a coleccionar distinciones o a inspirarse en ideas ajenas, a altavoces regalados y escenarios soñados. En Castilla-La Mancha se hace mucha y buena ciencia y desde aquí (también) vamos a contarlo.