Caspar David Friedrich: 'Die Lebensstufen' ('Etapas de la vida'), h. 1834. Museum der bildenden Künste, Leipzig

Caspar David Friedrich: 'Die Lebensstufen' ('Etapas de la vida'), h. 1834. Museum der bildenden Künste, Leipzig

Historia

Caspar David Friedrich, el pintor que amaban Walt Disney, Samuel Beckett, los nazis y los comunistas

Publicada

Al contrario que muchos otros artistas, a Caspar David Friedrich (Greifswald, 1774-Dresde, 1840) le gustaba hablar de sus cuadros, obras en las que se demoraba meses, mientras aún trabajaba en ellos. Recibía en su casa de Dresde, en An der Elbe, número 33, y solía ceder su silla –la única disponible en aquel estudio espartano que hoy conocemos gracias a los retratos de su amigo Georg Friedrich Kersting– a quien lo visitara. Casi siempre lo acompañaba algún pintor o aprendiz. Solo había una excepción, un momento en el que la puerta de su estudio se cerraba. “Ahora no”, decía entonces su mujer al visitante: “Caspar está pintando el cielo, y es como una ceremonia religiosa para él”.

La magia del silencio

Florian Illies

Traducción de Carlos Fortea
Salamandra, 2024
236 páginas. 22,80 €

Para Friedrich, cuyo 250.º aniversario se celebra estos días en Alemania, el cielo era, en palabras del historiador del arte Florian Illies, el “espacio privilegiado de la teofanía”. Esta visión religiosa lo enfrentó al tótem cultural de la época, Goethe, según documenta el propio Illies en La magia del silencio (Salamandra), su apasionante ensayo sobre el pintor pomerano. Interesado en la meteorología, en determinar el orden y la composición de las nubes, Goethe no podía concebir el cielo como Friedrich, que veía en él un misterio íntimamente ligado con la divinidad. Además, consideraba al pintor un pesimista incurable.

Los cielos de Friedrich –con una bruma irreal, amarillos, rojo fuego, con nubes que parecen moverse a un lado y a otro como si el viento soplara en varias direcciones– ni siquiera estaban pintados del natural: el artista trabajaba en su estudio, con los postigos cerrados, para evitar que la luz del sol interfiriese en lo que veía su “ojo interior”: una mezcla de recuerdos, fantasía y estados de ánimo. Friedrich, sugiere Illies, lejos de ser un naturalista, era un artista conceptual. Por eso despreciaba la pintura en exteriores, que asociaba a la obsesión por la experiencia de los ilustrados. En el libro se cuenta que un día el artista salió a pintar y se asustó muchísimo al ver lo bien que se le daba.

Caspar David Friedrich: detalle de 'Der Wanderer über dem Nebelmeer' ('El caminante sobre el mar de nubes'), 1817. Hamburger Kunsthalle

Caspar David Friedrich: detalle de 'Der Wanderer über dem Nebelmeer' ('El caminante sobre el mar de nubes'), 1817. Hamburger Kunsthalle

Hoy se considera a Friedrich el pintor romántico por excelencia, cuya influencia, por ejemplo como precursor de la pintura abstracta, llega hasta nuestros días. Pero conviene recordar que no gozó siempre de la misma valoración. Cuando murió en 1840 tenía la casa llena de cuadros sin vender. El Romanticismo había pasado de moda, los artistas de la escuela de Düsseldorf, muchos de los cuales hoy no nos dicen nada, eran las nuevas estrellas de la pintura alemana. La crítica renegaba de la niebla, de los inviernos, de la melancolía de Friedrich.

El pintor desapareció de los libros de arte hasta los albores del siglo XX, cuando un oscuro estudioso noruego, Andreas Aubert, descubre en Dresde, en la casa de un vecino de los Friedrich, numerosos cuadros del artista. Fascinado, contacta con la anciana nuera del pintor, que aún vive, y revindica con vehemencia a Friedrich, ante el estupor de muchos, en Kunst und Künstler, la revista que sancionaba los criterios estéticos finiseculares en el mundo alemán.

Sus cuadros empiezan a difundirse. Museos y galerías de Hamburgo, de Berlín, de Dresde, empiezan a comprar sus obras, la mayoría aún en manos de la familia. La consagración definitiva llega en 1906, con la celebración en Berlín de la llamada “exposición del siglo”, en la que se exponen treinta y cinco cuadros del pintor.

Tal vez lo más interesante del libro de Illies sea el repaso de las influencias que la pintura de Friedrich ha ido dejando en la cultura. Hoy sabemos que Walt Disney, cuyas producciones Hitler adoraba, tomó las pinturas de Friedrich como inspiración para los bosques por los que corretea Bambi. La historia del cervatillo, basada en un libro de Felix Salten que Thomas Mann recomendó al productor estadounidense, es puro Romanticismo alemán: abetos, praderas brumosas, bosques envueltos en llamas, cielos teñidos de rojo.

Caspar David Friedrich: 'Der Mönch am Meer' ('El monje junto al mar'), 1810. Galería Nacional, Staatliche Museen zu Berlin

Caspar David Friedrich: 'Der Mönch am Meer' ('El monje junto al mar'), 1810. Galería Nacional, Staatliche Museen zu Berlin

Considerándolo ya el gran artista que vemos hoy, el régimen nazi intentó instrumentalizar a Friedrich, a quien convirtieron, mediante la interpretación torticera de algunos cuadros y de su procedencia nórdica, en un héroe germánico. Los nazis consideraban el Romanticismo la máxima expresión del arte alemán, lo que no evitó que años después la RDA, que en principio habría tenido que sacrificarlo en el altar del realismo socialista, imprimiera sellos con el rostro del pintor por su segundo centenario. Porque si algo confirma la grandeza de Friedrich es lo transversal de su influencia: tuvo un papel notable en el suicidio de Kleist, inspiró hermosos poemas a Rilke, dio la atmósfera a Murnau para su Nosferatu, fue objeto de extravagantes lecturas marxistas y Samuel Beckett confesó que sus cuadros fueron la fuente secreta pero ineludible de Esperando a Godot.

El tesoro del Reich, una ingente cantidad de oro y diamantes escondida por los nazis en una mina de Turingia, albergaba, además del busto de Nefertiti, un inmenso cuadro de Friedrich, El Watzmann, que reproducía un paisaje similar al que Hitler veía desde la terraza del Berghof, su refugio predilecto.

En una entrevista de 1975, el filósofo Ernst Bloch sintetizó el genio de aquel artista, apuntando a la insospechada esperanza que nos dan sus cuadros. A la pregunta de cómo era posible mantener el optimismo después de ver una obra como Monje en la orilla del mar, contestó: “Que alguien haya podido pintar ese cuadro y que nosotros podamos contemplarlo demuestra que no todo está perdido”.