Una escena de 'Luces de Bohemia'. Foto: Javier Naval (Teatro Español)

Una escena de 'Luces de Bohemia'. Foto: Javier Naval (Teatro Español)

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Milagro en el Teatro Español: Eduardo Vasco estrena una magistral 'Luces de Bohemia'

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Milagro en el Teatro Español con la recién estrenada Luces de bohemia. Dos horas que pasan como un soplo, arrastrados por la excepcional palabra de Valle, que es el gran motor de esta obra como siempre se ha dicho. Teatro de la palabra que es teatro del actor, aquí no menos excepcionales los de este numeroso elenco que levanta un espectáculo admirable y entretenido, culto y gozoso, esperpénticamente divertido ¡Qué eucaristía teatral!

Esta producción dirigida por Eduardo Vasco, con la que se estrena como director del Teatro Español de Madrid, parece haber conjurado muchos de los problemas suscitados en torno a esta obra que tanta literatura académica ha generado a lo largo de los últimos cien años, o sea, desde que se publicó.

Impugnados ya los viejos argumentos que negaban las cualidades dramatúrgicas del texto, y por tanto de su escenificación, el curso de las grandes producciones que se han venido sucediendo (las últimas, las de Alfredo Sanzol y Lluís Homar en el Centro Dramático Nacional), ha traído reiteradamente el debate sobre la adecuada forma de representar el esperpento: ¿decantarse por el expresionismo, el absurdo, el sainete farsesco, el naturalismo... o todo a la vez?

Vasco nos mantiene en el vaivén del ridículo a la tragedia -con predominio del primero- y, como director de teatro clásico que ha sido, no hace más que fiarlo todo al incisivo y clarísimo texto de Valle, dejar que nos maravillemos con esos diálogos trufados de jerga de tabernarios y prostitutas -el sermo vulgaris-, de oratoria política y de reflexión estética y literaria que ilustra la noche de parranda y borrachera de Max Estrella y Latino de Hispalis por la capital de España, en un recorrido que pasa de la librería, a la taberna, de la prisión a la redacción del periódico y al despacho del ministro, del café a las calles y plazas; la geografía esencial del Madrid de principios de siglo XX que quizá no haya cambiado tanto.

Gracias a una armada de actores genuinos y cohesionados, esa palabra suena auténtica y ¡sin micrófonos! (gracias, señor Vasco) y obra el milagro de la encarnación en retratos humanos irrisibles, en figuras lastimosas, en caricaturas burlonas y castizas que accionan las situaciones delirantes y desternillantes que se dan. Muchas de estas situaciones funcionan como una parodia de las tragedias de sus protagonistas, o sea, como el esperpento que se inventa Valle y que define en la duodécima escena.

Grandes interpretaciones

No puedo nombrar a este gran elenco, son 25, la mayoría haciendo dos roles. El protagonista Max Estrella, el personaje soñado por todo actor español, recae en Ginés García Millán, papel con el que corona su carrera. El ciego Max es el mejor poeta de España pero desencantado del arte y de los literatos. La vida de los poetas y de los artistas no era entonces la que es hoy, era más pobres que burgueses, malvivían, trabajaban poco, se pasaban el día rondando por los cafés mendigando una invitación. Este es el tema justamente de Luces de bohemia: su desmitificación.

Ginés García Millán le da al personaje un porte aristocrático, una dignidad de figura clásica que contrasta con el desaliño del resto de la fauna que le rodea. En él recaen los discursos filosóficos y políticos que el actor suelta con natural verbo y cabreo suficiente.

La realidad le vuelve por momentos un anti-burgués, lanzando soflamas deliciosamente anarquistas o religiosas, y tiene estupendas escenas: la del calabozo con el preso anarquista que interpreta otro grande, José Luis Alcobendas, al que luego veremos en un registro distinto y también magnífico como el chulo de taberna El Pollo (trae el recuerdo de cuando hizo Manolo, de Ramón de la Cruz). O su divertido encuentro con el ministro de la Gobernación, interpretado por Mariano Llorente, que nos brinda una divertida caricatura del político en una escena ocurrente y muy ilustrativa.

De Antonio Molero, como el zafio y canalla lazarillo de Max, Latino de Hispalis, aplaudo la contención y la vulgaridad con la que aborda su personaje, al que generalmente visten con histrionismo. María Isasi como la Pisabien , nervio y personalidad arrolladora; Jesús Barranco, en dos papeles para el recuerdo, don Gay y el descacharrante sepulturero. César Camino, cómico que adoro forjado en el teatro comercial, es don Filiberto, memorable como lugarteniente de la redacción del periódico y único autor del diario, y como borracho.

Probablemente la escena más desternillante de todo el montaje la protagonice Alejandro Sigüenza, con una gracia sin par haciendo del doctor alemán Basilio Soulinake en el entierro de Max Estrella, cuando pretende convencer a su viuda, Madame Collet (Irene Arcos), que su marido no está muerto. Claro que la portera (Puchi Lagarde) con la que se las ve Soulinake, le hace una réplica fabulosa. Creo que si Billy Wilder la viera creería que la ha escrito y dirigido él.

Dejo a muchos otros intérpretes, pero no quiero olvidarme de Ernesto Arias y su extraordinaria recreación del vate modernista Rubén Darío, al que incorpora el acento nicaragüense y ese espíritu de poeta esteta, burgués y educado, adepto a lo esotérico, y por el que Valle sentía una verdadera admiración. Bien en el café de ambiente esperpéntico o en el cementerio con el Marqués de Bradomín, Vasco le da protagonismo.

La puesta en escena tiene un ritmo agilísimo en la sucesión de las 15 escenas y como ya digo un tono que armoniza el humor cínico y ridículo de las situaciones con momentos trágicos, que son los menos, la verdad. Novedoso en este montaje es la escenificación del contexto social al que se refieren las anotaciones y diálogos
(manifestaciones de obreros reprimidas por cargas policiales o la muerte de uno de los miembros del movimiento reaccionario). Vasco las recrea en el foro con parte del
elenco, a la vez que en primer término se representan las escenas.

El sistema que emplea es de gran sencillez, desplaza por el escenario las escenas, que se funden en la oscuridad cuando terminan mientras se iluminan las que empieza. Y así vemos que un telón sube en una esquina y aparece un económico decorado al tiempo que se ha apaga la luz en otro punto del escenario que ya ha quedado desmontado de enseres.

Hace también un uso de la música en directo, con tres actores que se multiplican en el escenario y en el foso con el piano y la guitarra. Jazz y flamenco se asocian con músicas que firma el propio Vasco. La noche del estreno hubo público en pie, y muchos corrillos posteriores comentando la jugada.

Luces de bohemia

Teatro Español, hasta el 15 de diciembre.

Texto: Ramón del Valle-Inclán
Adaptación y dirección: Eduardo Vasco
Reparto: Ginés García Millan (Max Estrella), Antonio Molero (Latino de Hispalis), Alejandro Sigüenza (Basilio Soulinike/Viejo que escribe), Andrea M. Santos (Claudinita), Ángel Solo (Zaratustra/Sereno), César Camino (Don Filiberto/Borracho), David Luque (El marqués de Bradomín/Guardia), Ernesto Arias (Rubén Darío/Guardia), Irene Arcos (Madame Collet/Madre del niño), Iván López-Ortega (El chico de la taberna/Piano), Jesús Barranco (Don Gay/Sepulturero), José Luis Alcobendas (Preso, El Pollo), José Luis Martínez (Capitán Pitito/Sepulturero), José Ramón Arredondo (Gálvez/Contrabajo/Guitarra), Juan Carlos Talavera (Serafín el Bonito/Camarero), Juan de Vera (Clarinito/El Joven), Lara Grube (La Lunares/La Chica), Luis Espacio (Pérez/Guitarra/Percusión), María Isasi (La Pisabien), Mariano Llorente (El Ministro/El Cochero), Mario Portillo (El Rey de Portugal/Dieguito), Pablo Gómez Pando (Dorio de Gádex), Puchi Lagarde (La Portera/La Periodista), Silvia de Pé (Vieja pintada/La Vecina), Toni Misó (Pica Lagartos/Ujier)
Escenografía y atrezzo: Carolina González
Iluminación: Miguel Ángel Camacho
Vestuario: Lorenzo Caprile
Música y ambientes sonoros: Eduardo Vasco

Producción: Teatro Español