Con la interminable polémica de la exhumación de los restos del dictador Francisco Franco del Valle de los Caídos, hoy de Cuelgamuros, se ha olvidado lo que, a mi juicio, sería la solución idónea y definitiva para el futuro de dicho complejo: transformar el actual mausoleo en un Memorial de la Guerra Civil.
Ello me lo he vuelto a plantear con motivo de una reciente visita en la que en el restaurante me informaron que más de 200 personas lo vistan a diario y los fines de semana superan las 350. Esto es, el peregrinaje, aunque sólo sea para almorzar, se ha convertido en una costumbre y también en un motivo de reflexión.
En este sentido, la creación de museos-memoriales es un fenómeno relativamente reciente y que pretende abrir una visión al pasado ineludiblemente unido al presente. Ello, se realiza en un momento y en un lugar mediante una creación sintética y a la vez dinámica.
Sus características tienen que partir de una recreación enmarcada en una normativa que encauce y regule su desarrollo. Pero, sobre todo, este cuerpo necesita un alma que dé sentido a su auténtica recreación histórica. Un alma que sea el sentimiento que encarna el colectivo que protagoniza los hechos históricos que se narran.
En nuestro caso, no hay duda que, uno de los episodios más crueles y sangrientos fue la Guerra Civil del 1936 al 1939, que tuvo graves secuelas hasta 1975, en que muere el dictador y se abrieron las puertas a un régimen democrático. Sin embargo, es, hasta la aprobación de la llamada ley de Memoria Histórica de 26 de Diciembre de 2007, cuando se reconocen y amplían los derechos y se desarrollan medidas en favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y la dictadura.
Y, precisamente por ello, algo que falta y que carecemos en España es de un museo-memorial que sirva de conmemoración, recuerdo y homenaje a quienes sufrieron o perdieron su vida en la guerra o la dictadura franquista.
A tal efecto, sobre el Valle de los Caídos, hoy Cuelgamuros, debe tenerse en cuenta lo que dispone el artículo 16 de la citada Ley de Memoria Histórica en el sentido de que “sólo podrán yacer los restos mortales de las personas fallecidas a consecuencia de la Guerra Civil Española como lugar de conmemoración, recuerdo y homenaje a las víctimas de la contienda”, añadiéndose que, “sean ocasión de encuentro y no de enfrentamiento, ofensa o agresión”. Lo que encaja perfectamente con lo que debe ser un Museo-Memorial de la Guerra Civil española, sin que la presencia, durante 44 años del cadáver de Franco, sea obstáculo alguno para ello. Es más, su exhumación debe servir para dejar el camino libre y expedito en lograr este objetivo.
No obstante, hay que partir de un hecho incontestable, cuál es que el monumento en sí, su idea, proyecto y ejecución, fue obra en muchos casos del dictador. Basta leer la voluminosa obra de su principal arquitecto Diego Méndez “El Valle de los Caídos. Idea proyecto construcción”, publicada en 1982 por La Fundación del Valle de los Caídos, para comprobarlo. En ella, las alusiones a la participación del “caudillo” son constantes. Y no solo eso, las visitas de este durante la construcción y las consultas que periódicamente se le realizan son numerosísimas. Es más, sobre el controvertido lugar de la inhumación de Franco éste, con ocasión de una visita a la tumba de José Antonio le dice al arquitecto: “Méndez, yo aquí”, señalando el lugar donde posteriormente se situó su enterramiento.
Si todo ello es así, es evidente que cuando llegue el momento y, con la exhumación de Franco parece que ha llegado, debe abordarse el proyecto definitivo de creación en el Valle de los Caídos del Museo-Memorial de la Guerra Civil.
El Museo-Memorial, tiene que responder a los retos de este tipo museos que es, ante todo, que sirva para facilitar la comprensión de hechos del pasado reciente facilitando la concienciación sobre los mismos dentro de su dimensión histórica, su impacto y consecuencia, siendo interpretados, como señala Adriana Gallegos, a través de la reflexión colectiva.
Su diferencia principal, por tanto, sobre los clásicos museos de historia es que, más que objetos lo que se exponen son ideas para que estén también al servicio de la Paz, como señala la propia Unesco.
Estos museos-memoriales o de conciencia son, en definitiva, una nueva categoría museológica que tienen ya una amplia implantación en el mundo, desde el memorial sobre la Segunda Guerra Mundial en Caen, Normandía, hasta el de Chile sobre la Dictadura Pinochetista, u otros como el del 11 de Septiembre en Nueva York, los existentes en Argentina y México o África del Sur. Siempre con el denominador común de recordar hechos contrarios a la vida y los derechos humanos, en un afán de provocar el interés y, sobre todo, facilitar el conocimiento del porqué sucedieron.
Estoy convencido que la faraónica construcción del Valle de los Caídos podrá tener esta utilidad. Espacio hay para ello y, precisamente la gigantesca entrada de la Basílica, así como el llamado Centro de Estudios Sociales, y gran parte de la hospedería, servirían a tal fin, dejando para el culto de aquella su parte final, como sucede ahora. Con ello se superaría también el fuerte impacto que la impregna como es la herencia recibida del dictador durante todos estos años. Sin duda, tardará tiempo en lograrse, pero las futuras generaciones tendrán un punto de partida para entender mejor uno de los episodios cruciales de nuestra reciente historia.
No obstante, el complejo entramado jurídico que lo sustenta debe ser igualmente desmantelado, lo que llevará su tiempo y lo que habrá de hacerse con la necesaria cautela por las implicaciones que conlleva.
En efecto, la sacralización del monumento está atada y bien atada al estilo del dictador. Por un lado, la iglesia está declarada Basílica por la Santa Sede, lo que llevará sus trámites con el Vaticano, si se quiere como es lógico dedicar, al menos en gran parte, para otros usos. Una desacralización necesaria para que su utilización no contradiga el derecho canónico que la rige actualmente. Además, con la Orden Benedictina que ocupar el lugar, hay un convenio que otorga a ésta una serie de derechos, también obligaciones, que será necesario negociar para que dicha Orden abdique de sus cometidos y privilegios que no son pocos, según dicho convenio. Y, al final, y no es cuestión baladí, el conjunto monumental pertenece al Patrimonio Nacional en cuya cúspide está la Corona, al igual que sucede con El Escorial, El Pardo, Riofrío o La Granja, sólo en la Comunidad de Madrid. Su utilidad representativa para la Corona sigue vigente, con una finalidad que excede la de un puro museo. Como señala con grandilocuencia el vigente libro- guía del Valle de los Caídos, editado en 2019 por el Patrimonio Nacional, “su influencia en la identidad cultural de España ha sido, y es, decisiva”.
Todo ello, supone una tarea que no debe demorarse, comenzando por la estructura jurídica de este Museo-Memorial, actual Fundación, que deberá seguir integrada en nuestro Patrimonio Nacional, como prevé el artículo 46 de la Constitución, siendo además una institución de reconciliación y perdón de episodios tan dolorosos de nuestra reciente historia. Méndez, en su citada obra, dice que ir al Valle debe servir “para saber que ‘esto’ se construyó por aquello”. Pues bien, esta nebulosa debe aclararse, decisivamente, para entender cabalmente este periodo y, como dijo Hemingway, en “Por quién doblan las campanas”, se haga realidad el que “comprender es perdonar”.