La última jornada de la Matanza Típica de Guijuelo, dedicada al capítulo XXVI de la cofradía gastronómica, ha marcado el final del 38 programa matancero de 2024. Todo un elenco de fiesta, tradición, alegría, gastronomía y muchas dosis de amistad. Desde compartir mesa con Rubén Ingelmo, el hombre de la eterna sonrisa, de la bondad, las buenas maneras y el que va para concejil, hasta Estefanía de Guijuelo, que no de Mónaco, aunque orgullo para defender a su pueblo le sobra, y ya, a última hora, Lorena y Angelillo, el de Guijuelo, no el de Madrid, aquel primer cantaor flamenco que se atrevió a cruzar los límites del género, y cantó, casi siempre ataviado con esmoquin, junto a una guitarra o delante de una orquesta, canción española, boleros, ritmos hispanoamericanos, y hasta foxtrot, porque el de aquí nos cantó al oído una canción para que nos pusieran un cubata, ay, mi Sabina!
Es que hablar de los matanceros, con todo el perdón de José Luis Pérez, presentador de 'Trece al día'; Moisés Rodríguez, presentador del Canal 24H de TVE; el periodista Javier Negre, y el compañero y eminente tertuliano Carlos Santos, con quien compartimos mesa en la cena recordando anécdotas profesionales y conocidos en común, queda para la información pura y dura. Ahora y aquí hablamos de los de aquí, nunca mejor la redundancia. Ellos sabrán comprenderme.
Entre unos y otros, y los de más allá, entre primos, que no pillos -como la película de John Landis con Eddie Murphy, Dan Aykroyd, Jamie Lee Curtis, James Belushi, don Ameche, allá en 1983-, anda el juego. Primo, tú que eres hombre de mar. ¿A quién vas a votar, al pulpo o al calamar? Los dos me dan bastante igual. Donde esté una raspa de jamoncito de Guijuelo, que se quite todo lo demás. Pues eso.
Así estábamos, con el vaso en la mano y de relaciones el hermano Juanpe Martín, entrando en el corazón de Guijuelo, donde el aroma del cerdo impregna el aire y la tradición se entrelaza con los lazos de la amistad, el lugar donde se encuentra la Matanza Tradicional. Más que un evento culinario, es un rito compartido entre amigos, una ceremonia de conexión con la tierra y la historia más ancestral.
En medio de la algarabía y el bullicio, nos reunimos alrededor del fuego, "entre el humo y la risa te morías por volver con la frente marchita", cantaba Gardel. El sonido de los cuchillos expertos cortando la carne se mezcla con las historias de vida que fluyen libremente entre las conversaciones.
Entre los vapores del caldo y el aroma de los platos -qué ricas las sopas de ajo, don José, y ese canelón de carrillera hecho en El Pernil-, emergen anécdotas que han resistido el paso del tiempo, momentos que han forjado amistades que llegan entre carricoches -qué bonita expresión para decir lo prohibido- y el marujeo, que siempre lo hay, verdad Rubén. Desde las travesuras de la infancia hasta las hazañas de la juventud, cada historia es un tesoro compartido, un lazo que une corazones en la mesa y más allá.
Las manos hábiles de los amigos trabajan en armonía, honrando la tradición con cada gesto. El arte de la matanza se convierte en una danza de camaradería, donde la destreza se combina con el cariño en cada movimiento. Es el cerdo que se quema y se deshace, es el aguardiente y las perronillas, el vino tinto y las chichinas -o probaduras del chorizo-, es el alcalde Roberto Martín abriendo aún más su corazón y también Sandra la de Turismo, la eterna sonrisa, y Garabaya -arriba los corazones, amigo!-, y Chuchi Merino, la atención del que sabe y natura da y Salamanca presta, y también Damián con sus precisas introducciones.
Y mientras la luna emerge por el horizonte, el festín nocturno toma forma. La mesa se adorna con manjares que hablan del esfuerzo conjunto, del trabajo en equipo y del amor por la buena comida. Jamón, lomo, chorizo frito: cada bocado es un tributo a la tierra generosa y a la amistad eterna.
También momento para recordar la felicidad de Josete Ramos, el 'jefe del Pernil', que ya cumplió sus 21 primaveras, y qué mejor que celebrarlo en sus salones, entre la fiesta de la tradición, los manjares de su casa y los regalos del alcalde en presencia de sus padres. La felicidad absoluta, don José Ramos, el de los buenos vinos.
Pero más allá de la delicia del paladar y la alegría del joven Josete, la Matanza Tradicional de Guijuelo es un símbolo de unidad, un recordatorio de que en la mesa de la vida, todos tenemos un lugar reservado. Es un canto a la gratitud por los momentos compartidos, por las risas interminables y por los lazos que perduran a través de los años.
Y así, entre brindis y abrazos, se despide la Matanza Tradicional de Guijuelo, dejando en el corazón de cada amigo el eco de una experiencia inolvidable, el calor de una tradición compartida, y el dulce sabor del amor que perdura más allá del tiempo y del espacio. De todo corazón, gracias una vez más, amigos de Guijuelo.