La verdad molesta a los que viven de la mentira
Los que no somos partidarios ni del elitismo ni de la demagogia mediática, tenemos un problema angustioso con la representación y con la verdad. Vivimos en un mundo en el que el más fuerte ha aprendido a no sentir escrúpulos ante nada. Desde los medios de comunicación asistimos a una falta de honestidad, de información en pro de la desinformación dirigida, que da la sensación que se torturan las palabras hasta que ceden y se rinden a sus polos opuestos. La verdad, el sentido común, lo palpable, la democracia, la libertad y el progreso se están convirtiendo en algo incoherente. Hay otras palabras como imperialismo, capitalismo y esclavitud que tienen negada la entrada, que son rechazadas en todos los puestos fronterizos, y cuya documentación, confiscada es entregada a ciertos impostores que hablan de la globalización, mercado libre y orden natural. Con el lenguaje del sentido común de los ciudadanos se pueden contar muchas más verdades pero parece que se empeñan en hablarnos en otro idioma. Si los ciudadanos dijéramos más lo que pensamos no se atreverían tanto a engañarnos. La verdad es muy simple, y siempre molesta a los que viven de la mentira.
Apelar a ciertos miedos, hacerlos ondear al viento y poner a las gentes delante del espejo, en el que se refleja lo que verdaderamente les afecta, puede constituir una fórmula de control de la sociedad muy eficaz. El control social es la aspiración que todavía alimenta la trayectoria de algunos partidos políticos. Se trata de conservar o aumentar su parcela de poder durante el mayor tiempo posible. Hay temas prioritarios que pueden movilizarnos a todos, ponernos en marcha para hacer ondear una pancarta, para sentarnos delante de un ministerio, para pitar, para dibujar una pintada donde más se vea, y para decir lo que se piensa cuando las gentes tienen poca costumbre de hacerlo en una sociedad profundamente eufemística. Existen una serie de debates que mientras no son planteados no sacan a la sociedad de su adormecimiento del día a día. En España, la sociedad suele andar escasa de remordimientos, de memoria. La omisión, la negativa a actuar, a ayudar, a entender, a colaborar, a escuchar, a disculparnos, a comprender y a ayudar, es el delito más extendido de la España de la infinita “transición” hacia no se sabe dónde, de la eterna huida hacia adelante.
Los teléfonos de quién se halla en declive cada día suenan menos. La ausencia de éxito sitúa a cada cual en su sitio. El carácter efímero de la fama nos sitúa a todos cerca de la realidad evitando que nos elevemos demasiado por encima de los demás. A quién parece despuntar los teléfonos le agobian. El teléfono es indicador de éxito o de derrota en todos los aspectos de la vida de las gentes. Es imprescindible para sobrevivir. Todos llaman a la vez o dejan de hacerlo también a la vez. La sociedad le otorga a cada uno un determinado grado de éxito social. La sociedad hace difícil la vida a la sociedad. En este país donde la memoria colectiva y personal siempre flaquea, parece que quien pretende perdurar en el recuerdo debe salir a genialidad diaria, o lo que es lo mismo llamar la atención con lo que sea. Las estrellas fugaces siempre se apagan, otras se extinguen ellas mismas, por eso las gentes acaban dirigiendo la vista hacia las que permanecen brillantes.