Opinión

Y se marchó

Carles Puigdemont, frente al Parlament, el pasado 8 de agosto.

Carles Puigdemont, frente al Parlament, el pasado 8 de agosto.

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Tras una larga estancia en el castillo de Hogwarts, el cual, por designios de la vida se trasladó a Waterloo, nuestro intrépido mago de confianza, Carles Pottermont hace su regreso triunfal a España. Lo que, de normal, habría resultado en una detención policial a causa de las incontables fechorías por las que se le acusa, acabó siendo un baño de masas.

En primer lugar, nuestro intrépido mago escapista e ilusionista, llega a Barcelona, su segunda casa, ya que la primera es Girona -donde de verdad le adoran, el hijo pródigo, el hechicero de confianza- y la tercera es Bélgica. En esos momentos, ya se le podía haber arrestado. Recordemos que la intención era esa, ¿no? Arrestar a un hombre en busca y captura, que además anuncia su llegada. Lo normal.

Pero no, quisieron darle emoción al asunto, arrestarlo frente a la multitud que se agolpaba a los pies del Arco del Triunfo. No corramos tanto.

En segundo lugar, como ya hemos dicho, había una multitud esperando a nuestro héroe del escape a los pies del Arco del Triunfo. Para quien no tenga el gusto de conocer la ciudad de la puñalada, antes conocida como Barcelona y ahora como Paella Gotham, el Arco del Triunfo no es como el de París o como cualquier otro que esté situado en medio de una rotonda. No, por el de Barcelona usted puede pasar caminando por debajo -evidentemente, por arriba no- ya que este se sitúa al principio de un paseo/rambla que le conducirá a diferentes lugares, como por ejemplo al Zoo o al Parlamento de Cataluña. Todo estaba pensado.

Lo dicho, llega al monumento en el cual le han colocado un atril, un pequeño escenario y un fondo blanco. La primera imagen que se me vino a la mente fue la de los sesos desparramados en el fondo blanco, no piensen mal, aún tengo presente lo de Trump, y como estos son del mismo pelaje aunque de distinto color; la mente y sus afán por relacionar las cosas.

En tercer lugar, dio un pequeño discurso, apresurado, con prisas, a una multitud de ancianos. Nada en contra de los ancianos, pero espero que tengan un plan de pensiones privado, porque en caso de que su Pottermont haga desaparecer Cataluña de España, no sé de qué iban a vivir. Pero eso es otro tema.

Por descontado también encontrábamos jóvenes. No muchos, algún que otro eso sí. Aún no han entendido que ser independentista ya no es guay, ya no es de ser progre de izquierda chupifantástico. Que seguramente nunca lo hayan sido, pues observando los alrededores cotidianos, nos damos cuenta que quien sigue con estos temas, en su mayoría, son gente acomodada; las como son cuando deben serlo. En esas está nuestro héroe, rodeado de pensionistas miopes y jóvenes con trastorno de la realidad y dislexia. Da su discurso, sus sesos continúan dentro de su cráneo y de su hermoso peinado sacado de un drama coreano. Se va.

En cuarto lugar, unos amigos de nuestro mago le rodean y escoltan camino del Parlamento. No presté atención a quien le escoltaba, pero ni mucho menos eran Hermione, Ron y el duende ese que parece una mezcla de Gizmo y Gollum pero completamente calvo y capaz de articular varias frases seguidas sin escupir. Esto me supuso una decepción pero no tan grande como la que vino después.

Aunque inesperadamente esperable, Carles Pottermont escapó. Pero no lo hizo lanzando una bola de humo, usando una capa de invisibilidad o saliendo volando con su escoba de brujo, no. Lo hizo andando, tranquilamente, con sus colegas. Como el que vuelve a casa de fiesta. Como el que sabe que la ha liado parda pero disimula, porque si no miras no está. Porque si pasas del tema, el tema pasa de ti. Carpe diem y echa a volar pequeño grillo, que la vida son dos días como para pasártela encerrado en una prisión de lujo.

Evidentemente, los Mossos pusieron todo su empeño en disimular que hacían algo para detener el prófugo más buscado, al pistolero más rápido del oeste. Les salió bastante rana. Tanto el encontrarlo como el disimular, pues lo único que consiguieron fue cabrear a la gente a la que fastidiaron una mañana de un día laboral.

La moraleja de todo esto no es otra que el maestro titiritero Voldesánchez, nos ha intentado engañar otra vez. Hace eones dijo que iba a traer a Pottermont a que hiciera frente a sus pecados. No lo ha hecho. El mago sigue por ahí con su escoba barriendo el dinero que se lleva de todos los catalanes con su tremendo sueldo.

El villano Voldesánchez ha conseguido lo que quería, que se invistiera a uno de sus secuaces predilectos, aquel del pelo paja, las gafas y la nariz postiza, que cuyo nombre no recuerda nadie. Y, por si fuera poco, la vida de todos y cada uno de nosotros va a seguir siendo igual de mala o igual de buena, según se mire, porque el poder se dedica a dar por culo en lugar de dar soluciones.

Muchas gracias.

Adiós.