Los abusos sexuales a menores: metástasis de la inmoralidad
Teniendo como principio fundamental el respeto a toda persona, que nació sin pedirlo, que no pudo elegir lugar, ni época de la historia, ni situación personal. Garantizar el derecho a presunción de inocencia del denunciado, así como exigir honradez y fiabilidad al agraviado y denunciante es fundamental.
Estos días estamos viendo cómo la “torre mágica” de toda una vida se derrumba a base de noticias sobre actuaciones “muy graves” de índole sexual por parte de una persona religiosa, educadora y formadora de deportistas.
Hechos, reitero, muy graves, condenables y merecedores de una Justicia firme. Hechos circunscritos, muy importante, en los años 70 y 80. Es fácil deducir la edad actual de los “chavales” que sufrieron los abusos denunciados, mejor sería decir “publicados”.
La "Justicia” ha sido rápida y seguramente “muy popular”; Justicia no siempre objetiva y prudente, aunque, a la vez, sea firmísima. Justicia de “prensa” (publicidad antes que investigación profunda, en ella no existe el secreto prudente del sumario). En este tipo de “justicia paralela” la presunción de inocencia (que yo quepa) no prevalece al interés económico o de otros fines societarios.
Cuando la infancia se hace joven y la juventud madura, la conciencia comienza a perfilar principios personales e individuales “engendrados” tras años de vida en familia, en escuelas, en pandillas, en actividades, en multitud de vivencias sociales.
Silenciar, en su momento, los hechos deleznables y condenables como son los relativos a los abusos de índole sexual puede que sea justificable. El mundo de la infancia y pubertad está rodeado por el “misterio asombroso de la vida”. Puede que el silencio se encuentre en el abismo del miedo a lo inexplicable. Bien, entendido, pero.
Cuando en un proceso vital, dichas personas, sufridoras de lo más asqueroso que puede encontrarse en el mundo educativo, han seguido formándose, han terminado carreras, especialidades, etc. La memoria no se apaga, los abusos no desaparecen, las imágenes siguen grabadas en el USB que todos llevamos dentro, por todo ello:
No acepto haber guardado silencio durante tantos y tantos años, provocando la posible prescripción de los delitos. No acepto, que la inteligencia personal capaz de llegar a licenciarse en materias muy importantes e incluso llegar a ocupar cátedras universitarias, haya guardado silencio durante casi 50 años.
Ahora, con posible prescripción, no va uno a los tribunales de Justicia, se va la prensa, a veces ecuánime y justa, otras demoledora e imprudente.
La sociedad es en parte responsable de la “maldita realidad de los abusos sexuales a menores”, pero también el silencio continuado de las personas que lo han padecido.
Todos deberíamos haber hablado, gritado, peleado. Y no solo haber puesto entre la espalda y la pared a los que se sobrepasasen con niños y jóvenes, aprovechando las circunstancias que favorecían el secreto. También a los superiores jerárquicos, a las Congregaciones Religiosas, a la Jerarquía Eclesiástica.
Todos hemos sido posibles cómplices en la concepción y crecimiento de monstruos. También los que ahora se escudan en su infancia para haber guardado 50 años de abusos.
Los conventos se cierran, sufren la metástasis de la inmoralidad, pero su estructura se aferra a un secretismo ridículo y responsable. Señores, la pederastia no aparece como por magia. La pederastia o se corta o invade todo el cuerpo.
Todo esto sale hoy por la situación condenable, que ha salido en la prensa, referida a Don Manuel Briñas, religioso marianista, amigo y antiguo compañero; ligado durante muchos años a la cantera de fútbol del Atlético de Madrid a la vez que dedicaba todo su tiempo al mundo del deporte juvenil en colegios de la Compañía de María.
Me aferro al misterio del ser humano para intentar “entender”, “condenar” y jamás “justificar”. Entiendo que el silencio es tan cómplice como el “entorno conventual” que siempre mira para otro lado.
Todo empieza cuando en el mundo religioso, bendecido con votos de pobreza, castidad y obediencia, los misterios sostenidos por la fe comienzan a romperse por la curiosidad:
“La riqueza material no es tan mala, voy a probar”.
“La castidad rodeada de afectividad no es tan pecaminosa como me dijeron (olvidaron que es una opción personal), voy a probar”.
“La obediencia inteligente, que no ciega, se carcome por el autoritarismo absurdo: comienzan las decisiones personales, Por ver qué pasa”.
Lo siento mucho. Con estas cosas, cuando miramos el horizonte que desaparece, solo vemos “un sombrero contaminado” que nos aplasta.
Pienso si la miopía o la ceguera de los que vivíamos cercanos a él es en parte “responsable”. No lo sé.
Un abrazo, Manolo. Te equivocaste, abrázate al Señor que hará Justicia porque a ti te castigará al ostracismo, y a los demás nos echará en cara el silencio prolongado.